En los últimos años, el cine documental parece haberse liberado definitivamente de algunas formas visuales presupuestas que estrechaban su creatividad, y ha conseguido desarrollar lenguajes propios, ya sea adaptando recursos de la ficción o creando otros nuevos. De esta forma, entre los documentales más aclamados por la crítica y público de los últimos tiempos encontramos títulos de animación, ensayos visuales o ‹mockumentaries›.
Si las series de ficción hacen avanzar al cine en su vertiente narrativa o dramática, el documental ha hallado la manera de hacerlo evolucionar en cuestiones formales, en maneras de expresar a través de la imagen. Las fronteras entre documental y ficción, cada vez más líquidas, permiten un diálogo y una experimentación sin las ataduras y la división de antaño. Si bien es cierto que es aventurado considerar como documental una película como la chilena Una vez la noche, sí que cuenta con suficientes elementos que la sacan de la ficción y la acercan, cuanto menos, al ensayo visual. Su directora, la italo-chilena Antonia Rossi, ya demostró una querencia por la exhibición de recursos formales en su debut, El eco de las canciones, una obra personal sobre el retorno de los exiliados chilenos y sus familias tras el retorno a la democracia.
Una vez la noche es una película compuesta a base de ilustraciones, sonidos y una narración en primera persona de cuatro personajes que recuerdan episodios de su vida. Una especie de diario personal conjunto en el que cada una de las historias se intercalan y hacen cambiar el estilo del dibujo. Mucho más cerca de películas como La jetée (Chris Marker, 1962) que de ficciones de animación, la película de Rossi es un viaje a la conciencia de uno mismo, a los monstruos, imágenes inconexas y pequeños fragmentos que pueblan nuestra memoria.
El formato ilustrado permite a Rossi poner en imágenes algo tan difuso como la conciencia, dotando de formas diferentes a la narración de cada uno de los personajes. Hay en este film una voluntad de expresarse a través del estilo de los dibujos, muy cercana a los procedimientos del cómic, que le dota de una gran libertad y un cierto devenir errático sin que el conjunto se vea demasiado perjudicado. Con la cadencia y musicalidad del acento chileno, los cuatro protagonistas narran episodios cotidianos, anécdotas o incluso momentos decisivos en sus vidas. Hay algo de melancólico en las historias de cada uno de ellos, algo de opaco y al mismo tiempo revelador de una conciencia en perpetuo movimiento.
Pese al soplo de aire fresco que supone su innovación formal, Una vez la noche no consigue ir mucho más allá de eso. La película no profundiza demasiado en sus personajes o en las historias que estos cuentan, dejando una sensación de que, como en un diario, no hay ninguna intención de resolver nada, de avanzar o de convertirse en algo más que en puzzle de sensaciones, pensamientos y experiencias. Como si eso fuera poco.