Masato es un cocinero japonés que trabaja en un local de ramen. A los treinta años viaja a Singapur tras el fallecimiento de su padre. La vida familiar ha sido austera en afectos y cariño con él, desde que su madre murió cuando él era solo un joven. Por impulso quiere hallar la receta del plato que su madre cocinaba, el ‹bak kut teh›, un cocido de carne, verduras y especias. Los aromas, la mezcla de sabores, los parientes olvidados, todos esos son los ingredientes con los que logrará su mejor plato.
El décimo largometraje dirigido por Eric Khoo, dejando aparte sus cortos, algunos episodios en films colectivos y películas para televisión, debe su título original al ‹Ramen teh›, compuesto por un plato nipón, el ramen, en el que se cuecen fideos para hacer una sopa, junto a otros alimentos. Una comida similar al ‹bak ku teh› de Malasia y Singapur, compuesto por costillas cocidas en un caldo con especias. Es evidente que se parecen a los cocidos montañeses, fabadas y otras viandas de campo y pastoreo en cualquier punto del planeta. En la dieta oriental esa tradición popular también se ha convertido en alta cocina. La peculiaridad del menú de Singapur es que se acompaña con un vaso de té. Sirva esta explicación para encontrar el punto de partida que origina la historia de Una receta familiar, una cinta de visión agradable en general, interesante desde un punto de vista más técnico y de tono semejante al melodrama contemporáneo.
Porque la materia prima del libreto escrito por los guionistas Tan Fong Cheng y Wong Kim Hoh es propia de cualquier telefilme que se pueda emitir los fines de semana durante la sobremesa, un argumento con decesos, rupturas familiares, romances y reencuentros. Por estas razones gran parte del público debería estar tranquilo al acercarse a esta historia de sentimientos reconocibles a pesar de la lejanía geográfica, humana y cultural del sudeste asiático. Incluso el tono reposado de varias secuencias conecta mejor con el ritmo actual cinematográfico, sin alargar la duración de planos o cambios de escena a un tempo contemplativo, pero sin forzar la máquina tampoco, con un montaje acelerado.
Lo que se percibe detrás del film es el pulso firme de Khoo, un director decidido a sacarle partido a todos los elementos visuales. Al inicio del film observamos un arrozal en encuadre general. A continuación utiliza la secuencia de títulos, alternando planos cortos que nos muestran cómo los chefs preparan diversos platos de ramen, sincronizando la banda sonora con el corte, la escala de planos y situando al público hasta la tienda de ramen que regenta el padre del protagonista. Mediante un leve movimiento dentro del local, la cámara encuadra a los comensales de espaldas, frente a los cocineros a los que agradecen la comida, de la misma forma que los espectadores aplaudirían una obra de teatro. Esto es un detalle sutil que nos introduce como ese mismo público en el corazón de la película. Después de la introducción, el metraje deambula supeditado al dictado del guión, primero con el planteamiento trágico para conocer a Masato y su tío. Luego con el desarrollo del viaje a Singapur en busca de sus raíces. A pesar de tratarse de situaciones predecibles, el director las rueda con solvencia, sin recurrir a enfatizados, zooms o golpes musicales que impongan el llanto y la pena bajo amenaza. Al menos mantendrá esta seguridad narrativa hasta llegar al último tercio de la cinta, momento que concluye con menos aciertos que todo el metraje previo, aunque con la sabiduría de ir cerrando todos los hilos argumentales propuestos.
De todas formas Una receta familiar resulta ganadora en las secuencias que suceden en los fogones, momentos auténticos en los que los personajes parecen vivir en lugar de actuar, mientras preparan o degustan los platos. En esas escenas el realizador sí despega una épica a la que acompaña por medio de la planificación y una banda sonora que dota de fuerza la elaboración de las recetas.
La película se beneficia del olvido de la lejana Tampopo, una producción japonesa de 1985 dirigida por el desaparecido Juzo Itami. Una comedia muy vigorosa, dinámica, hilarante y sensual. En ella se honraban las virtudes de los fideos, ese ramen que conectaba a gánsteres, ciudadanos de a pie y alguna princesa. Una buena oportunidad de asistir a una sesión doble que refleje las ventajas de juntar el cine y la gastronomía, sin sufrir una mala digestión.