Permítanme que en esta previa de esta nueva Edición del Festival de Sitges me ponga un poco sentimental. Cierto es que esta clase de textos suelen servir como aperitivo, como introducción y guía de que podemos esperar y que creemos que, cinematográficamente hablando, pueden ser las propuestas más interesantes del certamen. Y así sería si este fuera un año más. Con ello no quiero decir que cada edición sea un mero “suma y sigue” sino que el cine está en primer plano, como debe ser.
Pero no nos engañemos, este año el Festival de Sitges viene marcado por algo más terrorífico que las películas, la pandemia del COVID-19. Y por ello precisamente es tan especial, y por ello precisamente hay que ponerlo en valor. No cabe duda de que mucha de la expectación generada viene no por las películas sino por los dispositivos de seguridad y los protocolos que el equipo comandado por Ángel Sala para hacer del festival un lugar de cultura segura y así, no solo hacer disfrutar de la experiencia cinéfila de cada año sino de dar un puñetazo reivindicativo sobre la mesa.
Y es que el cine, así como los eventos culturales en general, han resultado uno de los sectores más perjudicados por el Coronavirus y las contramedidas tomadas para frenar su expansión. No entraremos en el debate político sobre la gestión de la pandemia, este no es lugar, pero sí creemos firmemente en que la cultura es un bien preciado. Puede que a un nivel básico de supervivencia pueda resultar prescindible, pero no nos engañemos, el cine (que es lo que nos ocupa), es alimento para la mente y el corazón, vía de escape y propulsor de la ilusión, la imaginación, la aventura. ¿Qué es una vida sin ello? Una mera carcasa vacía, un sobrevivir en modo zombie, un morir por dentro.
Este año Sitges se vestirá con mascarillas, con gente que vencerá sus miedos no para intentar dar una falsa sensación de una normalidad que no existe, sino para posicionarse de alguna manera. No se trata ya solo de cine, los que acudiremos vamos con la ilusión de defender en primera línea un proyecto que en el pasado abril —¡parece que ha pasado un mundo ya!— parecía imposible que pudiera hacerse. Un proyecto que finalmente ha salido adelante y que se diversifica además con una versión online para aquellos que no han podido acudir.
Siempre han habido voces poniendo en duda la utilidad del mundo de la crítica, sea profesional o de los cientos de webs que se dedican a ello. Desde aquí, con la presencia física o con el trabajo desde la online queremos constatar que este Sitges es especial, porque más que una edición es casi un acto de rebeldía, un grito como aquel que declamaba el presidente Thoma Whitmore en Independence Day: ‹No desapareceremos en silencio en la oscuridad, no nos desvaneceremos sin luchar›. Sí, más que un certamen cinematográfico estamos ante una edición cuya sola existencia debe considerarse como un acto de afirmación, un manifiesto sobre la cultura y también, por qué no, sobre la vida, sobre la imposibilidad de parar algo tan necesario como la ilusión y la expectativa que genera un sala a oscuras y un lienzo blanco sobre el que desfilarán historias, sueños, mundos irreales, terror y fantasía. Y nosotros, desde Cine maldito seguiremos estando ahí para contarlo.