Puede que sea una historia reciclada, pero es indispensable para asimilar la propuesta de Payal Kapadia. Unos años después de acabar la carrera universitaria, una de esas anodinas y occidentales, una compañera cursó uno de esos másteres imposibles de pagar (que ella alcanzó al conseguir una beca completa). Solo la élite, también conocidos como hijos de gente con mucho poder, y puede que algún otro afortunado becado pasaron por ese camino a la gloria, al final el dinero llama a más dinero. El caso es que conocí a través de ella una historia de amor que podría resultar anecdótica, pero que siempre me ha dejado el corazón un poco roto, en la que dos jóvenes indios, él y ella, habían comenzado una relación clandestina mientras estaban en España realizando este máster internacional. Era una relación bonita, acogedora y, en el fondo, artificial, pues cuando volviesen a sus respectivas casas ya tenían apalabradas bodas con aquellos que sus padres habían escogido para crear su futuro, uno en el que, evidentemente, no aparecía el nombre de su compañero de máster. Castacismo en estado puro, seguramente, pero evidentemente, estos dos jóvenes ni siquiera se planteaban romper con lo establecido y seguir su historia de amor, tenían una especie de misión que cumplir de la que ya se preocuparían al acabar ese curso. Me pareció (me sigue pareciendo) algo desolador al comparar esta especie de romance estudiantil con nuestro compromiso con la sociedad, donde gritamos por el conjunto, nos quejamos de lo global, pero somos incapaces muchas veces de luchar por lo que nos afecta directamente. Callar y seguir adelante.
Podría parecer que Payal Kapadia conocía esta historia, pero su documental Una noche sin saber nada es simplemente una confirmación de lo cíclico de nuestra evolución: siempre tropezamos con unas mismas piedras. La joven directora quiso dar un vuelco a esa idea de metraje formulando una película totalmente activista a través de unas cartas y unas grabaciones encontradas en su escuela de cine. El documental nos introduce en la mente de L —así ha decidido llamarla—, esquivando utilizar la fuente oficial, pues la película es una profana interpretación de sus pensamientos escritos, convirtiéndose en una colección de lugares imaginados que juntos se convierten en una estimulante visión de la India moderna fagocitada por su estatismo cultural y político.
L es una estudiante de montaje en esa misma escuela de cine, algo que se entiende como un pasado, y que también se transforma en algo vital para el film, pues es a través de su montaje, esa superposición de voz en ‹off› con las palabras de la joven, retazos de sus dibujos e imágenes de archivo junto a las que ella mismo dejó olvidadas en algún lugar, donde se magnifica el mensaje que Kapadia nos quiere trasladar, encontrándose entre las frases —extraídas del film— «será un recuerdo fugaz de violencia» y «todo será recordado».
Una noche sin saber nada nace como una carta de amor escrita al aire para explicar a su amado, ahora encerrado en algún lugar por sus padres, cómo pasan los días en la universidad. Lo que podría ser una efusiva declaración de amor, se acaba convirtiendo en una reivindicativa iniciación a la revuelta pacífica, en busca de una sociedad más equitativa, donde nos acercamos a la contracultura india, aquella que rechaza, en cierto modo, ese sistema de castas que impera en el país y que limita las oportunidades de lo que consideran minorías. La voz quebrada que interpreta los escritos de L se entremezcla con los cortes visuales elegidos por Kapadia, ya sean estampas idílicas o protestas estudiantiles que derivan en un ambiente de complicidad o en cargas policiales. Con el paso de los minutos, lo que se entrelaza con posibles ensoñaciones se va convirtiendo en algo más rígido y terrorífico, puesto que la realidad, aquí editada hasta la saciedad, es siempre más brutal de lo que consideramos.
Desde su inventiva, hay una clara intencionalidad, una evolución de ese personaje arquetipo que representa un sentimiento social además de un personalísimo desengaño amoroso y un encontronazo con las injusticias del mundo adulto. L es una heroína curiosa que convive con algunos momentos de la historia reciente donde protestar por un futuro mejor puede ser injustamente silenciado por sus semejantes. Nos sumergimos en sus imágenes en blanco y negro granulado, en todo tipo de formatos visuales, a través de un diario ficticio y a la vez demasiado concreto, permitiendo que crezca una historia que se complementa desde su raíz, cuando L, al aire, interpela a ese amante ausente por ser capaz de manifestarse por las diferencias sociales imperantes, pero no de enfrentarse a su propia familia por su amor.
Para Payal Kapadia el amor mueve montañas, tanto como para representar esas cartas sin destinatario de un modo que nos enamore al resto y nos comprometa frente a un mundo que repite siempre sus mismos estigmas, donde el inmovilismo parece siempre triunfar. En ese lugar, habrá alguien con la voz rota buscando una salida política y social, dejando su impronta en el mundo sin apenas darse cuenta.
