«Qué pasará, qué misterio habrá, puede ser mi gran noche.»
Mi gran noche, Raphael
«No.»
No, Adanowsky
Una noche con Adela nos presenta una historia llena de violencia y resentimiento focalizada en un único personaje, esa Adela tan caracterizada con sus brackets (como una propuesta de futuro que rompe con la dinámica finalizadora del film) y su ropa de barrendera (una invitación a pensar en la inmediatez, en la cotidianidad) que va mutando la concepción que ya teníamos de la actriz que la interpreta, Laura Galán.
Hugo Ruiz decide en su primera película acometer esa violencia en un único plano con sus evidentes puntos de fuga, necesarios para permitir respirar a la protagonista que se mantiene en plano casi en la totalidad del film. El director se esmera en sintetizar toda la rabia que desprende Adela en unas pocas horas al fin de su jornada laboral, para que vayamos desde la explosión —una de sus primeras escenas termina con una brutal e inesperada agresión cuando aún no conocemos las intenciones del film— a la comprensión, no necesariamente empática, de las motivaciones de tanto agravio.
Ahora bien, ¿cómo de factible es sostener en alto una película que va desmenuzando la intensidad de Adela a tiempo real? Pues Una noche con Adela sabe sacar jugo a cada minuto en pantalla, y aunque está cargada de excesos por su formato (sí o sí tienen que suceder todas las acciones en poco más de hora y media), sabe mantener el interés hasta llegar a su desenlace.
Todos recordamos Victoria, aquella película de Sebastian Schipper con la que descubrimos a Laia Costa. Aunque las intenciones son diametralmente opuestas, ya que la alemana surge de la casualidad y en la que nos ocupa todo parece llevar unas pautas, sí convivimos con una joven que se encuentra en medio de una noche distinta, de consecuencias impredecibles. Aquí nos encontramos con un personaje turbio, depresivo, que va afilando su rabia ya incontenible con drogas y alcohol, algo que potencia quizá su bravura. Estos excesos consiguen que Laura Galán acabe envuelta en muecas y gestos tremendamente exagerados que se justifican con la idea de ir pasada de vueltas, pero dan un aspecto algo forzado a un personaje ya de por sí difícil de sostener. Son loables las intenciones pero es imposible que a veces no se pierda la esencia transgresora de Adela entre tanto añadido y decorado para fortalecer su discurso.
Lo cierto es que Una noche con Adela se mueve entre propuestas atrevidas para realizar varias críticas a la sociedad (pasada y actual) y juega en todo momento con la doble moral de ciertos círculos sociales para llevarnos, sorpresivamente, a un conflicto final oscuro y doloroso, solo que es un final que funciona para quien realmente se ha sentido atraído por el personaje —para bien o para mal—. Hugo Ruiz sabe manejar todo tipo de recursos para dar una forma visual concreta a la película. Lo hace a través de los colores que decoran el rostro de Adela, robados de la nocturnidad más alternativa de la ciudad por la que circula, una Madrid de verdes, azules y amarillos que se contraponen al nervio de Adela. También hay un gran acierto, y es el de recuperar la voz de Gemma Nierga y su programa Hablar por hablar para que el discurso de Adela no sea lanzado al vacío, alimentando esas motivaciones extremas mientras dialoga una y otra vez con el programa de radio en directo. No es el único estímulo sonoro, pues busca reforzar sus imágenes con canciones que aportan letras muy específicas para cada momento en el que suenan. Con estos pequeños detalles no permite que la evolución de su protagonista decaiga, en una película saturada pero inteligente, a la que quizá le quedan por pulir algunos temas, pero que sabe aprovechar esa forma en que un equipo trabaja como un reloj suizo para que un rodaje de pocos días consiga un calculado espectáculo de terror humano.