Una historia de Taipei es una de las películas más importantes y aclamadas de la historia del cine de Taiwan. En mi opinión fue la película que marcó el camino iniciático de la nueva ola del cine taiwanés que arrancó en los años ochenta desarrollándose a lo largo del decenio posterior con nombres clave como el propio Edward Yang, Ang Lee, Hou Hsiao- hsien y Tsai Ming-liang. Sorprendentemente su fundador, el desaparecido Yang, es quizás el autor más maldito de este movimiento pues sus obras aparecen como piezas difíciles de localizar hasta hace relativamente pocos años (de hecho la propia Una historia de Taipei ha sido recuperada hace pocos meses por Criterion gracias a un espléndido lavado de cara de la copia en estado defectuoso que circulaba desde hace años de la misma, caso análogo de la soberbia Una historia de verano). Yang fue un autor misterioso y muy sensible. Sus obras se observan a día de hoy después de diez años desde su fallecimiento como joyas de incalculable valor que sentaron cátedra de una nueva forma de hacer cine partiendo de claras referencias de clásicos ineludibles que marcaron la personalidad del autor de Yi Yi siendo perceptible la influencia de los maestros Yasujiro Ozu, Michelangelo Antonioni o François Truffaut.
Su cine no es accesible para todo tipo de público. Es elitista (palabra que no me gusta emplear, pero creo define a la perfección el carácter de este genio). Partiendo siempre de situaciones cotidianas -tiznadas con un realismo crepuscular- que serán deformadas por su creador hacia terrenos donde la psicología y el hastío vital conquistarán la oscura atmósfera de la monotonía existencial. Sus personajes resultan complejos por su proximidad. Seres solitarios, inestables, anónimos en medio de la jungla urbana que todo devora quienes lucharán por conquistar un amor que aparecerá como una luz imposible de alcanzar, un Dios monoteísta rezado por ateos que no creen en su presencia. Un séptimo arte mimado hasta el más mínimo detalle que acaricia los sentidos siendo asimismo conscientemente minimalista y melancólico. Que habla de sentimientos universales sin ostentar por ello caducidad por los efectos del paso del tiempo. Colmado de silencios que empapan el alma. Que habla de la invisible transformación social que sucede a nuestro alrededor sin que seamos prácticamente conscientes de ello. Impactando por su clarividente exposición de situaciones cotidianas vertidas en un lago de impresiones trascendentales. Calando muy profundo en el corazón por su sentido humanista. Esto es el cine de Edward Yang. Esto es Una historia de Taipei.
Esta es una película de historias mínimas que no pretende transgredir de forma artificial aquello que está narrando. Nos presentará a una pareja que volverá a encontrarse en la ciudad de Taipei tras varios años de separación compuesta por la ambiciosa secretaria de dirección de una empresa constructora Chin y el silencioso e introvertido Lung (interpretado por el cineasta Hsiao-Hsien Hou), un ex-jugador de béisbol que emigró a los EEUU para trabajar junto a su enigmático cuñado como importador y exportador en el ámbito de la industria textil. La llegada de su antigua pareja supondrá un fastidio para Chin, una mujer moderna, interesada y trepa que ha mantenido una relación amorosa en secreto con su jefe con la intención de poder escalar laboralmente. Sin embargo la compra de la compañía donde trabaja por parte de una multinacional implicará la renuncia de Chin tanto a su puesto de trabajo como a su inestable affair con su jefe casado. En medio de este terremoto, Lung retornará a los parajes de su infancia. En compañía de su viejo mentor y ahora decrépito entrenador infantil del deporte que tanto amó. En la soledad de las cuatro paredes de su residencia compartida sin mucha gana con su novia. En reuniones con viejos camaradas cuyo rostro y alma han cambiado. Ya no existe esa ingenuidad inherente a la infancia. Todo está corrupto por la competencia. Incluida una simple partida de dardos convertida en una batalla con la que ridiculizar al rival. Un mundo desconocido para un Lung que deambulará como un alma en pena a través de las calles atestadas de tráfico y atascos, masificadas por la llamada del progreso. Manchadas por edificios artificiales iguales los unos a los otros, no existiendo pues espacio para la disidencia. Una ciudad que ha olvidado su pasado para abrazar la insípida modernidad, administrada por el decadente aroma del dinero. Un crepúsculo que caminará en paralelo con la frágil relación amorosa en peligro de extinción de la pareja protagonista. Un refugio frío y distante que será amenazado por terceros invitados, como esos amigos de la hermana de Chin que desprenden esos aires de superioridad que emergen de la desordenada vida occidental, matando las horas recorriendo de noche las avenidas de la ciudad a lomos de sus motos en un aparente ejercicio de libertad que en realidad se asoma como una prisión que revela la falta de valores y referentes de una juventud taiwanesa que observa al lejano occidente como un paradigma al que hay que seguir sin ningún tipo de reflexión.
La película es una auténtica maravilla. Un melodrama romántico que para nada se apoya en el romanticismo de fábrica para engrandecer su aura. Pues esta es una obra singular de puro cine de autor que dialoga con el espectador a través de sus hermosas imágenes cargadas de simbolismo y poesía. Todo tiene un sentido oculto. Desde esas miradas desesperanzadas del personaje interpretado por Hsien Hou. Un ser ensimismado y herido atrapado en una ciudad que lo absorbe. Desde el punto de vista formal la película es portentosa. Planos tranquilos en los que la cámara se mueve levemente, muy suave, por las estancias que sirven de escenario. Presentando siempre dos espacios separados por algún obstáculo: por puertas, ventanas, cortinas, carreteras, coches, tráfico, edificios, escaparates, despachos, mesas, columnas, muebles y por todo tipo de artilugios hogareños que dividirán en dos la escena protagonizada por unos actores que más que compañeros se elevan como dos antagonistas incapacitados para establecer cualquier tipo de vínculo. Por un lado la cámara captará desde el exterior los aposentos del hogar donde se encuentran conversando los actores, observando con distancia la escena radiografiada. Con un estilo que se asemeja a esos planos puerta del maestro Rainer Werner Fassbinder pero de un modo totalmente distinto. Penetrando en el vacío con la pericia del Michelangelo Antonioni de La Notte o El eclipse. A partir de calles repletas de gentío pero gélidas desde el punto de vista humano. Habitadas por desconocidos que ni siquiera son capaces de mirar a los ojos a su vecino. Coches y señales que impiden el libre deambular de los viandantes. Grúas que señalan por donde no podemos ir. Por otro el maestro Yang se encargó de desmembrar su propuesta visual, disgregando el aislamiento existencial de sus personajes encerrados en oscuros edificios que miran con anhelo y con la barrera del cristal de las ventanas de sus terrazas el caminar de los coches y peatones por unas calles en principio libres de barrotes. Toda una metáfora de esas ensoñaciones imposibles de alcanzar en un ambiente fabricado con mentiras y traiciones.
Yang se encargó de dibujar un paraje dantesco y deprimente. Una Taipei inhóspita no apta para la convivencia humana. Una urbe que oprime a sus moradores. Repleta de paredes que evitan todo contacto humano. Una selva propicia para la incomunicación y ajena para los soñadores. Sí propicia para el artificio y la falsedad. Para ciudadanos que esconden su mirada bajo opacas gafas de sol aunque no haya rayos del astro alumbrando. Que miran para otro lado cuando los problemas emergen. Una existencia que es puro reflejo de una irrealidad buscada. Puesto que Una historia de Taipei logró su objetivo de narrar una aparente historia romántica versada en los alrededores del amor y desamor que acabará transformándose en un minucioso estudio psicológico de unos personajes atrapados en una vida plena de insatisfacciones cuya cobardía constituye su principal estorbo para alcanzar la felicidad. Un film que hay que saborear despacito, con calma y sin prisas para poder desmenuzarlo en toda su magnitud y potencia. Puesto que cada trozo del mismo tiene un significado encerrado en unas imágenes que brotan como un guión en paralelo al propio conversado y por ello más visible. Todo ello convierte a esta gema del cine taiwanés en una de las indiscutibles obras maestras del cine originario de los años ochenta (con sabor a séptimo arte añejo de cine estudio italiano con etiqueta ‹made in› Michelangelo Antonioni) que es un gusto poder contemplar con la belleza brotada de sus fascinantes estampas.
Todo modo de amor al cine.
Excelente reseña. Viendo lo que has escrito para esta página, pienso que eres un gran articulista. Esta película es una de mis favoritísimas de la década de los 80. Gigantesco el trabajo de este cineasta, en todo sentido.
Muchas gracias Ulises. Cierto. Yang es un maestro. Corta filmografía y toda ella excelente. Espero sigas disfrutando con cinemaldito. Un saludo.