Entre 1915 y 1923, coincidiendo con el desarrollo y secuelas de la Primera Guerra Mundial que fulminarían el Imperio Otomano, se produjo lo que hoy en día conocemos como “genocidio armenio”. Estas dos palabras, pronunciadas a la vez y en un sentido no negacionista, pueden llevarte a la cárcel si resides en Turquía, de manera que cualquiera que lo afirme y quiera visitar o vivir en dicho país, lo tendrá complicado. Pero lo cierto es que parece un hecho comprobado que un elevado número de civiles armenios murió a causa de las acciones llevadas a cabo por el gobierno de los Jóvenes Turcos, que en aquel entonces dominaba con mano de hierro el viejo imperio.
El cineasta francés Robert Guédiguian, hijo de armenio, se ha decidido a recoger en la película Una historia de locos las secuelas inmediatas y lejanas de tales hechos. A modo de preámbulo, el film comienza con el juicio que Alemania llevó a cabo contra Soghomon Tehlirian, joven armenio que asesinó al ministro de interior otomano allá por 1921. La posterior sentencia de absolución del tribunal alemán es hoy un hito de la historia de Armenia y como tal se refleja en el verdadero comienzo de esta película, cuando Guédiguian dirige su mirada hacia una familia marsellesa de origen armenio. En ella, el joven Aram, frustrado por la impasibilidad de la generación de sus padres a la hora de luchar por el reconocimiento internacional del genocidio, se introduce en la lucha armada que posteriormente se enmarcaría en el Ejército Secreto para la Liberación de Armenia, que llevó a cabo uno de sus primeros atentados en París contra el entonces embajador de Turquía en tierras francesas.
Precisamente en una acción llevada a cabo por esta organización, el atentado de Madrid de 1980, se inspira Una historia de locos. El periodista José Antonio Gurriarán resultó gravemente herido en las piernas por una de las bombas colocadas pero, lejos de desear venganza, plasmó en su libro La bomba cómo había sido capaz de entender la lucha armenia a raíz de este suceso. El film de Guédiguian se nutre de esta historia para dar una nota de optimismo a su film que, por lo demás, narra sin pelos en la lengua lo que aconteció en aquellos años 70 con las acciones armadas ejecutadas por armenios.
Porque Guédiguian, pese a su origen armenio, está lejos de dedicarse a trazar un bonito semblante de la mayoría de gente de este país. En Una historia de locos no está del todo claro quienes son los locos. ¿Los turcos, que cien años después aún no han reconocido estos crímenes? ¿Los armenios que decidieron contrarrestar la sangre pasada con más sangre? ¿O quizá aquellos armenios que optaron por cobijarse en su hogar y olvidar el genocidio? Claro que también podría ser un loco el personaje de Gilles Teissier, alter ego de Gurriarán que se comporta con una entereza y corazón que muchos otros difícilmente podríamos poseer en esas circunstancias. Lo importante es que todo esto queda plasmado en la cinta de una manera tan enérgica como pretendidamente ambigua, que no pretende ofrecer una línea única de pensamiento sino que deja que sean los hechos quienes marquen el pensamiento del espectador.
Pese a ello, Una historia de locos también dispone entre sus fotogramas de escenas puramente dramáticas. No podía ser menos en una cinta que aúna sentimientos tan poderosos como la pertenencia a un colectivo, el recuerdo de héroes, mitos y leyendas o la existencia de un enemigo común. Porque, tal y como lo entiende Guédiguian, repasar la historia no significa reabrir viejas heridas, sino entender el presente a través de lo que sucedió antaño. Y esto no lo deben asumir exclusivamente las altas esferas políticas, sino que su comprensión debe comenzar por el ciudadano llano, por gente que, como Gilles Teissier o José Antonio Gurriarán, decidieron mirar a los libros en vez de a las armas.