Una casa en Córcega es el primer largometraje de Pierre Duculot, antiguo profesor, periodista y productor que debutó en el cine en 2006 con Dormir au chaud, un cortometraje con algunos puntos de conexión con la cinta que nos ocupa, que giraba en torno a una joven (interpretada por la propia Christelle Cornil) que busca cobijo en una pequeña aldea durante el frío invierno y se topa con una anciana que lleva mucho tiempo viviendo en soledad.
Una casa en Córcega arranca con Christina, una treintañera que está sumida en una vida poco atractiva tras terminar sus estudios de arte, y no encuentra un trabajo fijo. Puntualmente hace las funciones de camarera en la pizzería donde trabaja su novio, un tipo apático que no parece arriesgar mucho en la vida. La relación con su familia, atrapada en su rutina, tampoco parece demasiado especial. Cuando la abuela muere sus padres heredan la casa de la familia, el hermano pequeño recibe una cuenta bancaria para desarrollar sus estudios, y nuestra protagonista una casa en Córcega de la que nadie de su familia tenía constancia de su existencia. Su entorno le aconseja que venda la casa, pero Christina ve una vía de escape para cambiar su vida rutinaria, y tras un pequeño viaje de exploración del terreno, decide irse a vivir a su nueva propiedad contra viento y marea, que se encuentra apartada de la civilización, en las montañas de Córcega. Un lugar con solo 12 habitantes, la mayoría de los cuales sólo vive allí durante las vacaciones de verano o el fin de semana.
Durante la primera parte del filme se muestra la típica fría imagen de la urbe a la que estamos acostumbrados en el cine belga, en este caso en la región de Charleroi, que contrasta con las vistas impresionantes de la isla montañosa de Córcega, que deleitarán a los amantes de la naturaleza. Una vez presentada la odisea por la que tiene que pasar para llegar a tan apartado lugar, seremos testigos de la nueva vida solitaria de Christina. El director belga, durante la mayor parte del tiempo se preocupa por mostrar los intentos de mejorar su nueva vivienda con escasez de recursos para llevarla a cabo, que obligan a la joven a tener que usar la imaginación, y la imperiosa necesidad de encontrar un trabajo en la zona que le permita alimentarse. También incide en exponer el intento de acoplarse al nuevo lugar mediante caminatas, rodeada por el bello entorno, sus baños en un arroyo, y almuerzos campestres; todo ello en solitario.
El espectador se adentra de un modo inmersivo en el viaje iniciático de una joven que busca su lugar en el mundo, que como todo rito de aprendizaje tiende a enarbolar la búsqueda de la felicidad y la libertad individual. Las mayores preocupaciones del director belga giran en torno al arraigo a la tierra, el choque cultural entre la gran ciudad y el campo, las relaciones sociales, y las diferencias generacionales que se producen dentro de la familia, con un mensaje claro, que la necesidad de ser independiente y la realización personal han de ser los objetivos prioritarios de un ser humano, por mucho que nuestros principales anhelos parezcan plenamente absurdos. Para ello, utiliza un enfoque realista y sencillo, amparado en la cotidianidad, un ritmo sosegado acompañado de grandes silencios debido a la presencia masiva de escenas en las que sólo participa Christina, y un ambiente alegre gracias a la vitalidad de ésta.
Formalmente, hace gala del aspecto habitual de los filmes que nos llegan desde Bélgica, donde la fotografía se suele decantar por la autenticidad por encima de la ostentación. Cámara en mano, proporciona imágenes vivaces y coloristas a pesar de la presencia constante del clima invernal, mostrando de un modo atractivo el entorno, el momento del día y la idiosincrasia de su naturaleza mediante una fotografía muy atractiva, que durante la mayor parte de la narración no está acompañada de Banda Sonora salvo en breves interludios musicales con aroma del lugar para acompañar las bellas imágenes del entorno.
Destaca la falta de idealismo con que Duculot presenta el nuevo estilo de vida que pretende emprender el personaje interpretado por Christelle Cornil, el auténtico sustento del filme belga. No se trata de una hippy amante de la naturaleza cuyo sueño sea irse a vivir al campo; su testaruda decisión de vivir en esas condiciones se debe claramente a una percepción de falta de apego hacia la vida rutinaria anterior de un personaje soñador en un entorno urbano conformista. Una mujer con un comportamiento bastante infantil, emocionalmente inestable, que pese a su indiscutible simpatía muestra un evidente rictus de crispación en su rostro motivado por la vida anterior que llevaba antes del legado de su abuela y los problemas derivados de su incendiaria decisión; una mujer con mucha fuerza de voluntad y tesón, que se aferra a ese cochambroso refugio de un modo casi obsesivo.
El mayor problema de tan naturalista narración estriba en que el tratamiento de la familia resulta demasiado estereotipado y poco desarrollado, dejando una clara sensación de falta de profundidad y cierto grado de anécdota en lo expuesto. Una obra sin una narrativa rompedora y con pocos detalles que pasen a la posteridad más allá de su vertiente de exploración naturalista. No obstante, estamos ante una ópera prima digna de un director que si consigue establecer circunstancias emocionales más potentes debe ser tenido en cuenta en el futuro. Eso sí, habrá que ver qué tal se desenvuelve cuando trate historias sin la presencia de un refugio campestre (como ha hecho en sus dos incursiones cinematográficas), pues si no varía su escenario a la tercera corre el peligro de encasillarse peligrosamente.