Hagamos retrospectiva. Subámonos en nuestros Delorean y establezcamos la fecha de destino en los gloriosos años ochenta —concretamente en 1982—. John Carpenter se estrenaba La cosa, Sylvester Stallone se metía en la piel de John Rambo y el realizador Walter Hill juntaba en la gran pantalla a Nick Nolte y a Eddie Murphy en la que sería considerada por muchos la primera ‹buddy movie› al uso de la historia del cine, Límite: 48 horas.
Treinta años después, que se dice pronto, Hill vuelve a sumergirse de lleno en el subgénero que lanzó a la palestra acompañado por un Sly —apodo cariñoso del señor Stallone— que vuelve a calzarse por enésima vez las botas de héroe —o antihéroe— de acción en Una bala en la cabeza (Bullet to the Head, 2012), una ‹buddy movie› de manual que, además de devolvernos a la época dorada del cine de acción sin necesidad de apelar a la nostalgia facilona como en el caso de la reciente El último desafío, deja patente que tanto Walter Hill como el bueno de Sylvester están en plena forma.
Basada en el cómic francés Du plomb dans la tete, la película fusila las bases sentadas por Límite: 48 horas, obligando a un criminal y un agente de policía coreano —chistes raciales asegurados— con métodos y visiones sobre el sentido de la justicia radicalmente opuestos a unir fuerzas para combatir un mal común. A partir de esta sencilla premisa, Hill nos brinda una hora y media de entretenimiento puro y —muy— duro, y que resulta igualmente efectivo tanto en los tramos más pausados en los que la pareja protagonista lidia su batalla de egos con unos diálogos repletos de unas “machadas” con sabor añejo y desternillante, como en las secuencias de acción, contundentes, violentísimas e inspiradas.
Este binomio acción-comedia funciona a la perfección, cosa que no es de extrañar si atendemos a las credenciales de Hill; no obstante —siempre hay un pero—, el producto final no es, ni mucho menos, innovador. Blake Snyder dice en su libro Salva al gato que una de las claves del éxito de un filme es «ofrecer lo de siempre… ¡Pero distinto!». El éxito de Una bala en la cabeza no radica en ofrecer algo diferente a lo que ofrece el cine de acción de manera habitual —de hecho, como digo, es más de lo mismo—; lo que marca la diferencia es coger como referencia la marca de la casa puramente 80’s, adaptarla, y traerla a una época en la que cintas de acción clónicas y en absoluto estimulantes inundan las salas de cine. Y esto, para un amante del género algo anclado en el pasado es absolutamente gratificante.
Obviamente, pese a mi entusiasmo, la cinta dista mucho de ser perfecta. Existe algún altibajo narrativo con alguna pequeña laguna en el guión, hay personajes planos y situaciones previsibles, pero teniendo en consideración la naturaleza de la película, el equipo involucrado y sus pretensiones, en Una bala en la cabeza lo que no destaca con creces —mención especial a la brillante banda sonora con espíritu “bluesero”— cumple a la perfección —hasta el inepto de Jason Momoa parece acertado en su papel—.
Al principio de la reseña os instaba a montar en nuestros Delorean y viajar tres décadas al pasado. Pues bien, eso no va a ser necesario, porque Walter Hill nos ha traído a la escena actual lo mejor de los años ochenta y nos lo ha servido en forma de un cóctel repleto de violencia explícita, tipos duros, diálogos con una chispa inusitada y noventa minutos con dos propósitos muy simples: Entretener a toda costa y darnos la esperanza de que, pese a los clónicos ejemplos que podemos ver en la cartelera, otro cine de acción aún es posible.