Un plano fijo de una cascada donde una persona permanece inamovible en su presencia, igual que nosotros, aunque con expectativas radicalmente opuestas, puesto que nosotros nos encontramos frente a una historia por descubrir que nos dé alguna pista del significado de tanta quietud ante las fuerzas de la naturaleza. Así arranca Un viaje en primavera, debut de Peng Tzu-Hui y Wang Ping-Wen que propone ya desde su inicio una historia sencilla que debe ser compuesta en la mente del espectador a partir de los pequeños fragmentos de vida que nos ofrece para reconstruir el sentido de sus contemplativos silencios.
Nuestro protagonista es un hombre serio, huraño y ajeno a la palabrería sin sentido, un tipo que parece necesitar que el mundo le deje tranquilo. Para un ‹yin› encontramos cerca a un ‹yang›, en este caso su mujer, alguien que complementa ese carácter difícil y que sabe conciliar al ogro que su marido lleva dentro. Los directores nos permiten observar tanto su apego como sus movimientos en solitario para que podamos imaginar una historia larga de amor y compañía, donde odiarse y cuidarse mutuamente forma parte de la fantasía de cualquier pareja. Lo hace adornando la cotidianidad con planos limpios y luminosos que nos acomodan en la rutina y, sin embargo, nos mantienen alerta ante la dependencia de él frente a ella, calibrando buenos y malos momentos para sentir cierto apego a quien contemplamos en pantalla.
Todo cambia en un instante, al tener presente la muerte como forma de condicionar el día a día de ese hombre ajeno a sentimentalismos. La escenificación de sus pasos se oscurece a partir de entonces, donde algún ‹flashback› nos da alguna pista de la forma en que la familia que se intuye pero no aparece ha ido evolucionando a lo largo de los años. Una decisión drástica y tal vez pintoresca hace que reine la normalidad en un hombre cuya curvatura física es cada vez más notable al soportar el peso de su secreto, con esa intención de conseguir que su vida realmente no cambie. Los directores optan por no variar el tono dramático, al menos no incidir en un cambio brutal que marque conscientemente un alarmismo, siendo una serena negación de la situación lo que conviva con el personaje hasta ese momento de eclosión donde ya no se puede ocultar la realidad y debe (debemos junto a él) pasar a un duelo complejo donde derretirse frente a la pérdida.
Un viaje en primavera nos muestra desde la madurez la estampa más convencional de la familia, el amor y el duelo a través de un personaje agotado con muchos más matices de los que podríamos imaginar. Sin ser intrusivos, ambos realizadores nos permiten convivir con la cotidianidad quebrada frente a un suceso que no por posible es esperado de modo alguno, y lo hacen con franqueza y sin edulcorantes, donde lo que podrían resultar escenas de redención, son más bien estampas que confirman el equilibrio emocional de alguien que no quiere pasar página ni entre los vivos ni entre los muertos. Es necesaria aquí la clandestinidad, el costumbrismo, la espiritualidad y el quiebro existente ante la complejidad de una sociedad que avanza más rápido de lo que uno está dispuesto a aceptar para comprender los estímulos del film. Los detalles son de vital importancia en una película que invita a la reflexión y que, una vez insertados en la vida de sus personajes, puede dejar un conmovedor sentimiento de rotura al completar en nuestra propia mente los huecos mostrados en esta historia, para imaginar una vida plena que se posa, ahora sí con todo el sentido y motivación, frente a una cascada especialmente caudalosa en plena primavera. Porque el tiempo siempre avanza, sin importar si estamos presentes o no.
