El tango es el mito que refleja una ciudad, un país, una filosofía. También a una pareja formada por María Nieves Rego y Juan Carlos Copes, que se conocieron jóvenes, allá por los años cuarenta en una sala de baile. Se juntaron, amaron, danzaron juntos durante varias décadas y luego se separaron. Como define el diccionario, sus vidas se movían al compás de dos por cuatro, los cuerpos enlazados en el recuerdo. La sabiduría, el olvido, y la existencia todavía vivas en el presente.
Con una gran panorámica sobre la Avenida Corrientes, de noche, solitaria. Allí está la anciana María Nieves caminando por la vía. Así empieza con una estructura formal capicúa, el nuevo documental de German Kral, director argentino especializado en el género, concretamente en el arte musical y de la danza. Este encuentro con la bailarina es el impulsor del argumento que compone el metraje de Un tango más. La voz que comienza a contar todo, a evocar los tiempos pasados a partir de su memoria, vivencias e impresiones de la mujer, un auténtico animal de la escena, tal vez el verdadero sentido de que se haya producido la película. Ella es mucho más que un personaje. Es una persona de carne y hueso con su vida, recuerdos, dudas, enfados, sentimientos que afloran en cada una de sus intervenciones. Ella es el fuego mientras Juan Carlos Copes aparece como un susurro, el sustento para creer que esa pareja fue real y no una invención de la prensa o paisanos que aún los recuerdan.
A lo largo de más de seis décadas el amor, la fama, la fortuna y el odio motivaron los acordes de las melodías que acompañan las imágenes en la película. Con los testimonios casi siempre de ella, cruzados varios de él. Con diálogos que los sitúan, caracterizan, enfrentan y esclarecen su relación y personalidades. Ayudados por intervenciones breves de otros familiares y los bailarines que traspasan sus secuencias de recreación, esas escenas rodadas en blanco y negro, con parejas de jóvenes de distintas edades para simular los bailes, las actuaciones de las que tal vez solo quede material gráfico entre las publicaciones de la prensa. Además de los videos rodados en los teatros desde los años setenta hasta los noventa.
El director maneja a la perfección los resortes narrativos para su documental, académico en la forma, modélico en su desarrollo, siempre interesante, claro, divulgativo. Sin embargo consigue lo que pocas películas, sean de ficción o quizás testificadas por hechos reales. Logra traspasar la mente de sus entrevistados para capturar las miradas perdidas, esos gestos que delatan una veracidad que no saldría a petición propia del interlocutor. También se queda en la superficie de él, más duro a la hora de expresar sus sentimientos aunque transparente por la forma en la que evade el conflicto, enterrando lo vivido con sus respuestas.
Kral crea un homenaje monumental al tango, a Buenos Aires, a formas de vida que caducan y a la música. Lo hace con seguridad, con mucha pasión, regalando emociones que son difíciles de percibir por otros mecanismos, salvo los de una canción que llegue directamente a los corazones. No intelectualiza el proceso del baile, sin exponer un tratado o manual que nos ilustre, sino expresando cómo dos personas interiorizan una técnica impecable del movimiento, coordinación y del afecto, para producir esa magia perdurable encima de un escenario. Además llega a esa querencia por el lugar que los enmarca, la capital argentina, sin recurrir al localismo ni a la nostalgia por espacios que ya no existen, como aquellos teatros o calles. No. Kral universaliza el lugar por esa descontextualización temporal que filtra la esencia, luces y sonidos de otras épocas.
Un tango más tiene todo lo que un gran film de amor puede soñar, lo que da ritmo a los buenos documentales sobre músicos y artistas. Pero además mantiene la intriga con María Nieves que, tal vez, vuelva a bailar algún día junto a Juan Carlos.