El nuevo largometraje del director belga Joachim Lafosse explora los entresijos de una unidad familiar conformada por François, un reputado abogado especializado en casos de abuso sexual infantil, su esposa Astrid y Räphael, el hijo de ambos. Disfrutan de una vida acomodada, solo lastrada por el acoso periodístico constante por el jugo mediático de algunos de los casos de los que se ocupa el padre, y por la personalidad errática de Räphael, que le causa problemas en el instituto. Sin embargo, en esa cotidianeidad se halla enterrado el delito que cometió François décadas atrás y que Astrid conoce y calla por el bien de su integridad familiar, así como las sospechas recurrentes sobre el uso ilícito de su propio material de trabajo.
Eventualmente, ese pacto de silencio se rompe cuando la víctima amenaza con denunciar y, con ello, la apariencia de unidad familiar. Es en ese momento cuando Un silencio pasa de ser un drama contenido en la rutina y con un toque de intriga, protagonizado por Astrid, a una explosión melodramática y autodestructiva, centrada en el punto de vista de Räphael, quien acaba de conectar los puntos sobre lo que hizo y sigue haciendo su padre. Este cambio de perspectiva, en mi opinión, hace que la película tenga ciertos problemas para sentirse cohesiva; aunque no tanto a nivel de perspectiva como tonal, ya que esa segunda mitad es muy explosiva y explícita en su tratamiento del tema frente a una primera que quiere incluso jugar a mantener el misterio. Me debato entre cuál de estos dos enfoques preferiría para la historia al completo, pero creo que el segundo es, aunque menos sutil, más adecuado al tema a tratar que un arranque demasiado ensimismado en el misterio, en querer insinuar sin decir abiertamente y mantener una intriga que golpee en sus revelaciones al espectador.
Estas consideraciones sobre la estructura no significan sin embargo que la cinta no funcione ni sea eficiente en sus distintos enfoques. Pese a que tenga mis dudas sobre todo desde la ética de si hacer “víctima” al espectador del silencio de Astrid sea la mejor opción, esta parte termina siendo genuinamente tensa y, de manera constante, prepara el terreno para algo turbio y estomagante; por otro lado, también se siente muy cómoda en su exploración de la desolación y la confusión que deja a su paso la revelación, volviéndose más visceral y llevando de manera más directa al espectador a un recorrido puramente emocional. En cualquier caso, estas dos ramas funcionan, en gran parte, gracias a los papeles de Emmanuelle Devos y de Matthieu Galoux, complementarios a nivel narrativo pero de una riqueza en matices y sutilezas similar.
Completando el trío está Daniel Auteuil como el prestigioso abogado y pedófilo con un pasado abusador; François es un personaje realmente complicado de trazar, y la película realiza un esfuerzo significativo en retratar, no de manera tan directa pero sí como una suerte de presencia constante en los esquemas mentales de Astrid y Räphael, su personalidad siempre autoexculpatoria, manipuladora y, en cierto modo, autoconvencida de que se está “curando”, sea cual sea el significado y las perspectivas de dicha supuesta sanación. Se trata de un personaje que pasa de lo antipático a lo insoportable una vez se expone lo que hizo y sigue realizando con una frecuencia compulsiva, pero es precisamente la idea de convivir con alguien así, la de haber normalizado el silencio y de incluso haber alcanzado una suerte de felicidad duradera y estable con él, lo que hace de Un silencio una obra tan difícil de ver. Mi visionado de la misma es contemporáneo a uno de estos casos particularmente escandalosos que de vez en cuando salen a la luz y recuerdan lo común que sigue siendo barrer debajo de la alfombra cuando se dan abusos en el seno familiar o cuando un amigo o conocido es el agresor; porque el perfil no es el de un monstruo sin forma sino el de una figura tangible, a la que se puede querer y apreciar e incluso valorar los años de tu vida que has pasado a su lado. Se le pueden hallar otras derivadas a la película, se puede hablar de ideas como el sentimiento de vergüenza pública inherente a una familia muy mediatizada y la hipocresía de su entorno burgués, por ejemplo; pero creo que el valor de esta cinta reside precisamente en exponer que esos trasfondos afectivos afectan de manera transversal a la sociedad en su conjunto, y que puntos de vista como el de Astrid van a ser lamentablemente comunes mientras gente como François exista en una realidad emocionalmente cercana.
Se pueden pulir varios aspectos estructurales de Un silencio y, en particular, ese, en mi opinión, enfoque algo feo y de gusto cuestionable en la intriga acerca de lo que hizo François en su día; pero, más allá de eso, me parece una narración que, no exenta de dudas legítimas sobre cómo proceder, se muestra audaz en su planteamiento y lanza cuestiones incómodas acerca de lo normalizado y lo cotidiano, que nunca vienen mal para recordar de dónde venimos como sociedad y lo tortuoso que es el camino que nos queda por recorrer.