Poco antes de que One Second (Zhang Yimou, 2020) fuera proyectada como parte de la Sección Oficial de la 69ª edición de la Berlinale en 2019 se retiró de su programación durante la celebración del festival aduciendo problemas técnicos. La realidad era otra. Todas las películas chinas que se exhiben fuera del país necesitan un sello que certifica su aprobación por los distintos comités de censura e incluso un permiso de exportación que restringe la posibilidad de alterar las producciones una vez que salen de sus fronteras. Se desconoce si la falta de alguno de estos requerimientos burocráticos fue la causa de cancelar en el último momento la participación del filme, pero sí se sabe que a partir de 2018 el control del cine pasó a manos del Departamento de Propaganda del Partido Comunista de China y que el equipo de rodaje regresó a las localizaciones originales en el desierto del Gobi para realizar nuevas tomas para la versión que ha llegado finalmente a estrenarse —con un minuto menos de metraje respecto a la duración publicada anteriormente—. Con todo esto se puede deducir que se ha alterado hasta cierto punto el montaje previo, eliminando y añadiendo aquello que la nueva censura china ha considerado oportuno. Esta situación provee a la obra de una profunda ironía teniendo en cuenta el discurso de la película y las indiscutibles conexiones temáticas con su contenido.
Estamos en la época de la Revolución Cultural y un hombre (Zhang Yi) persigue a través de las dunas una película de propaganda asociada a un noticiario en el que cree puede encontrar la imagen de su hija, a la que no ve desde hace años. A la vez, una joven huérfana (Liu Hao Cun) quiere robar una bobina para usarla como material de una pantalla de lámpara que su hermano pequeño necesita para estudiar. De su conflicto de intereses se desvela la naturaleza trágica de sus vidas, sin que el relato abandone una ligereza de tono que se apoya por momentos en el humor físico. La última parada de la exhibición itinerante les lleva a ayudar a limpiar y reparar los rollos de película que le llegan en un estado lamentable al proyeccionista del pueblo (Fan Wei), junto con el resto de sus habitantes ansiosos de poder ver Heroic Sons and Daughters (Wu Zhaodi, 1964). Aquí es donde la habilidad de la narrativa simbólica de Yimou alcanza un mayor refinamiento, a través del ritual de la asistencia a la sala de cine como base de su comentario político y social, así como del proceso de restauración como juego de sombras proyectado en la tela. Por un lado las de los entusiasmados espectadores unidos en la espera y, por otro, el soporte de celuloide siendo tratado con extrema delicadeza colgado de cables.
El cine aquí es un medio incluso para que el proyeccionista mantenga una cierta posición en la comunidad y el favor de las autoridades. Las películas que se exhiben no dejan de ser instrumentos de propaganda de un régimen que da esperanzas a los trabajadores, inspirando la lucha revolucionaria contra cualquiera que sea considerado enemigo del pueblo. Algo que encuentra su réplica entre los ciudadanos, llevados a denunciar a sus vecinos ante los representantes del gobierno o incluso reproduciéndose en el comportamiento abusivo de los niños frente a la huérfana. Lo que la misma censura actual o el aparato ideológico de la época era incapaz de ocultar era el auténtico significado de las imágenes, sus conexiones con la realidad o las interpretaciones de aquellos que las ven. La búsqueda de la presencia de la hija del protagonista lleva una y otra vez a repasar las calculadas expresiones de la narración del noticiario, que no pueden disimular las contradicciones intrínsecas de un sistema que planifica y legitima incluso la explotación del trabajo infantil para alcanzar con éxito la liberación de sus trabajadores.
El celuloide es en One Second un instrumento de manipulación y fuente de poder o entretenimiento que permite evadirse de la realidad a toda una sociedad marcada por las duras condiciones de vida de su tiempo, pero también encierra la ilusión colectiva de la promesa compartida de un mundo mejor. Una ilusión perdida y enterrada por la historia, que se representa por un fragmento de celuloide en el último plano anterior a un epílogo diseñado para contradecirlo de forma bastante burda —con el optimismo artificioso de una prosperidad posterior, que viene a querer justificar las penurias experimentadas hasta entonces—. Quizá viendo en bucle el sorprendente contraste de su doble conclusión se pueda extraer también la verdadera intención original de su director y la de aquellos que pretenden ocultarla.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.