Sí, en Alemania también hay paro. Y sí, tal y como sospechábamos, no se corresponde ni en números ni en condición a lo que tenemos aquí. Al menos si nos creemos a pies juntillas lo que vemos en Un regalo de los dioses, película de Oliver Haffner. No es algo que haya que tomarse a la ligera, ya que es un ejercicio imprescindible de realizar si queremos entrar en sintonía con sus personajes. Los conoceremos después de que Anna, actriz de teatro que acaba de quedarse en paro, sea reclutada por una agencia de empleo para darles clases de interpretación. Tras la lógica sorpresa inicial, el grupo se pondrá manos a la obra para desarrollar sobre el escenario Antígona, la tragedia de Sófocles basada en el mito de la hija de Edipo.
Haffner dedica la primera parte de su filme a desarrollar el carácter de los personajes. Los hay de muy variado carácter, desde un joven rebelde hasta un sesentón sin ganas de nada, pasando por una madre de dos hijas que tiene un verdadero quebradero de cabeza en casa o un inmigrante griego demasiado seguro de sí mismo. Por encima de todos está Anna, a la que se describe como una mujer plenamente insatisfecha con su vida, que se recrimina estar a los 36 años sin un amor estable, hijos ni trabajo, una circunstancia que queda bien explicada tras la primera escena de la película, donde se queda bloqueada en medio de una representación teatral.
Superada con buena nota la primera papeleta, como era la de dotar de interés a unos personajes que por su condición laboral parecían en un primer momento carecer de semejante virtud, llega el momento de trasladar esa ganancia al argumento. Un regalo de los dioses intenta ser simpática, procura ahondar lo menos posible en los problemas de los personajes, entre otras cosas porque hay demasiados como para elaborar una trama justificable para cada uno. No es de extrañar, por tanto, que al final los que mejor resulten elaborados sean precisamente los que se forjan en base a lo que el espectador intuye y no sobre circunstancias pasadas. Hablamos de Dimitri, el mencionado inmigrante griego, y de Betty, una mujer que arrastra problemas de rodilla debido a su baja forma física, aunque su verdadero mal está en el interior. Como es obvio, la excepción la marca la protagonista quien, encarnada por una notable Katharine Maria Schubert, es la que realmente hace evolucionar la trama.
Pese a que en un principio su punto de partida podría hacer pensar que Haffner iba a discurrir por el terreno social, realizando una especie de crítica sobre el desempleo y su dificultad de solucionarlo en ciertos individuos, al final (y quizá por lo que comentábamos al inicio de este texto) el germano opta por escribir una película bastante más comedida y que, en cierto modo, repite varios de los cánones ya vistos en otros filmes que hablan de superación personal. Se sale de este apartado el punto de sorna con el que se trata la relación entre alemanes y griegos en consonancia con el personaje de Dimitri. Ahí el cineasta sí toma claramente partido y parece criticar un cierto brote de xenofobia que desde su país ha surgido en torno a los helenos, responsables, según algunos, de los problemas económicos de su país.
Por tanto, Un regalo de los dioses podría haber pecado más de mala leche siguiendo esta línea pero Haffner prefiere optar por un relato menos subido de revoluciones, bien porque en realidad no exista en tierras germanas una cuestión respecto al paro que dé pie a ello o porque el propio director lo haya querido así, algo que en ningún caso puede ser tachado de error por ser voluntad propia del cineasta y porque realmente el producto final arroja un resultado satisfactorio, aunque sí ligeramente decepcionante para aquellos que tras los primeros compases esperábamos mayor componente social y menos comicidad. En cualquier caso, la película es bastante recomendable.