Repensar las convenciones
Tras las obras maestras policíacas que nos proporcionó el cine y la intervención en televisión de David Fincher o Nic Pizzolato, dos grandes voces de la ficción contemporánea norteamericana, parece como si Occidente empezara a sufrir una cierta crisis creativa en relación al cultivo de los géneros, que en países como Corea del Sur o Japón están viendo interesantes relecturas. ¿Qué sucede en Europa, sin embargo? El éxito rotundo de la novela negra escandinava y danesa también se extiende al largometraje, que aunque carezca de un carácter autoral o de una tendencia consolidada, es sin duda un caldo de cultivo.
El cine moderno, y en cierto modo el ‹noir› clásico, nos ha enseñado que la oscuridad reside a ambos lados de la ley, que tanto policía como villano atesoran claroscuros y se compenetran de forma simétrica, haciendo que quizá el drama psicológico que gira alrededor del protagonista es más determinante que la figura siniestra que busca, la cual le sirve como reflejo de sus contradicciones.
Un policía desaparece es la segunda cinta del francés Frédéric Videau, que se nutre de esta nueva hornada de autores de ‹best seller› como Frank Thilliez, David Lagercrantz o Jussi Adler-Olsen. La trama gira en torno al suboficial jefe de una brigada que quema su identificación policial y desaparece misteriosamente de los escenarios. Tan pronto como su marcha repentina se notifica, sus compañeros y una gran parte del cuerpo empezarán a buscarlo por las calles de Toulouse. Este detonante, a priori disparatado o inverosímil, le sirve a Videau para recorrer las calles de la ciudad y construir un trasfondo más que convincente sobre las distintas jerarquías sociales que cohabitan en ella. Si bien al desarrollo argumental o al conflicto dramático puede faltarle algo de enjundia, personalidad o audacia, el talento del cineasta para mantener el interés a flote es incuestionable. Alfred Hitchcock decía que es mejor mantener cerradas las puertas para acrecentar el suspense del espectador, sentencia que también puede tomarse sin la literalidad con la que siempre se ha interpretado. Es decir, si al espectador se le van ofreciendo pistas sobre la marcha mientras se maneja el punto de vista, la restricción y conocimiento progresivo de la información, se mantendrá atado a la butaca.
En términos interpretativos la película es muy coherente con lo que se propone desde un inicio. Los actores exudan sobriedad y un cierto hastío, cargan sobre sus espaldas la presión que implican los gajes de su oficio. Videau apuesta por la frontalidad en sus planos, quiere que de la ambientación se desprenda una sensación de calma tensa. Hay incluso una desdramatización de los gestos, el cineasta rechaza la sobredosis de acción y quiere adornar la historia de capas psicológicas. Estos últimos puntos los consigue a medias, aspectos que quedan compensados por los interrogantes que el relato va dejando tras su paso como migajas de pan. En resumidas cuentas, no asistimos a una subversión de las convenciones, pero sí a una reescritura de las mismas. En cierto modo, las imágenes de Un policía desaparece dicen más que la narrativa en sí, como si esta, en algún instante, se hubiese puesto en pausa. A la que Videau haya progresado en departamentos como el guión, sobre todo en relación a los diálogos, y por encima de todo la puesta en escena en relación con el montaje, su cine puede tornarse muy fructífero.