La señora que nunca estuvo ahí
Un lugar común nos quiere hablar de un momento concreto en el que la vida te obliga a reconstruir el camino sin estar preparada para ello. El que vive la protagonista es mundano, cotidiano, con terceros implicados y, por ello mismo, totalmente cruel. La vida es así, dicen, llena de altibajos.
El momento en el que a Pilar le sueltan esa fatídica frase de: «ahora tendrás tiempo de reinventarte» es a los cincuenta y tantos, cuando los niños ya no te necesitan, tu marido va por libre y tú tenías la vida encauzada para no preocuparte de nada. La directora consigue extrapolar esa frase implacable a un caso concreto para dinamitar la vida de alguien y esparcir los pedazos resultantes por la pantalla. El resultado no es tan espectacular como podría parecer.
Eva Llorach tiene la oportunidad de acaparar la cámara en una película que gira en torno a su personaje, siendo el resto accesorios de su obligada inconformidad, pero no consigue brillar con las decisiones que se toman para resolver un puñado de lugares conocidos con los que no es tan fácil empatizar. Una mujer de mediana edad a la que un día le dicen que ya lo tiene todo hecho en la vida, aunque con ese pasaje en el que darse cuenta de su propia juventud, con la obligatoriedad de plantearse si volver a empezar, una oportunidad obligada y pendenciera que da paso a la negación, la euforia, la aceptación a regañadientes y el hartazgo (aunque no sean los pasos típicos, parecen algo más definitorios). Porque en realidad no estamos ante una película de superación personal, sino de autoconocimiento, algo agradable en cierto sentido, porque no concibe un final esperanzador ni libertario, un sentido agotador, por otra parte, cuando no es necesario que exista una heroína para salvar la película.
No acompaña el resto de la familia, al hacer un dibujo desigual en torno a mujeres y hombres. La directora se centra en personajes femeninos completos, más allá de la madre desubicada que protagoniza el film, con una déspota hija que se quiere alejar de esa figura, la hermana libérrima que tiene esa vida que Pilar nunca conocerá, incluso la pequeña sobrina que con sus preguntas profundizan en el arco que dibujan las personajes. Por otra parte está el marido al que se intuye mantenido para poder seguir sus propios sueños, que no incluyen a su mujer y sus logros, formando un arcaico dibujo de micromachismos y ‹mansplaining› que se atragantan levemente, básicamente por la poca importancia en el total del film, y un hijo pequeño que no presenta ningún significado, y que podrían haberse ahorrado, además del típico mito erótico que descentra a Pilar con su presencia y se convierte en objeto y no sujeto.
Entiendo que la película puede emocionar por proximidad, por sentir una mínima empatía ante la desubicación de Pilar, pero es posible que ese afán por vislumbrar un ápice de realismo mágico se convierta en algo efímero e impostado, que no merezca una gran atención. Aprecio a Pilar en sus dramas, pero no en sus pequeños logros o salidas de tono, por lo que Un lugar común no se me hace un retrato intimista y luchador, sino uno más que dosificar y olvidar.