Todo aquel familiariado con el cine de Philippe Garrel, conocerá sin duda ese prisma que indaga en torno a la deriva del amor, encontrándose generalmente ante las idas y venidas de personajes movidos por un sentimiento inexpugnable que es el que hace brotar, en síntesis, la obra del galo. Louis Garrel, avezado en esa lectura propuesta —no en vano, ha protagonizado no pocos títulos de la creación de su progenitor—, debutaba en 2015 con Les deux amis, y vuelve ahora en esta Un hombre fiel donde demuestra saber manejar los preceptos de un cine que no siempre ha sabido encontrar el favor del público; no obstante, y lejos de lo que pudiera parecer, no nos hallamos con Louis Garrel frente a un simple émulo de esas constantes que otorgarían al autor de El nacimiento del amor un sello reconocible y propio, pues el joven cineasta no hace sino modelar ese particular contexto desde ideas que le confieren una perspectiva, cuanto menos, personal. Nos encontramos, a partir de ese punto, con un autor que se desprende en cierta manera del tono mantenido por la obra de Garrel (padre), y opta en su lugar por un espacio más distendido, incluso ingenuo de algún modo —como demuestra el personaje del mismo Louis Garrel en esta Un hombre fiel— y, ante todo, genuino, que logra hacer trascender la mera anécdota y llevarla más allá del golpe humorístico; así, personajes como los del hijo de Marianne, que intentará interceder en la relación de ella con Abel, un antiguo compañero sentimental, cuando su padre fallezca, se personan como algo más que la comparsa que podrían suponer en una tan “garreliano” crónica sobre el amor y el desamor.
La respuesta contraída por la desafección que pueden llegar a producir los intervalos de una relación, las dudas en torno a un vínculo que se comprende como volátil en ocasiones y la mirada exterior deducida de quien no comprende la excepcionalidad derivada de tal sentimiento, bien podrían desembocar fácilmente en un vodevil que Garrel evita en medida de lo posible. No lo hace tanto en la postura de obviar una comicidad en todo momento presente en Un hombre fiel, sino como conato de respuesta a su significado más anecdótico, menos puro. De este modo, y si bien el film de Garrel no puede (ni pretende) rehuir aquello que, en esencia, se presenta ante un lazo afectivo y las dudas que, en ocasiones, suscita, también se decanta por retratar la extraña idealización comprendida en esas etapas donde elevar una imagen no resulta especialmente complejo. En ese marco surge el personaje interpretado por Lily-Rose Depp (Eve), que intentará, en efecto, acceder a ese ideal, el representado por Abel; aquello que suponía una figura que observar furtivamente desde la distancia, devendrá sin embargo un nuevo ciclo en el que comprender una madurez que no siempre es sencillo alcanzar desde un aspecto más sentimental.
Un hombre fiel se compone como algo más que el consabido vaivén amoroso, engarzando un carácter humorístico desde el que encontrar un ambiente distendido, que ni siquiera consiente ser desarmado por esos momentos donde la debilidad de los personajes bien podría rebasar la esencia del propio relato. Garrel comprende que si el amor posee por sí solo una gravedad y forma específicas, nada como espolear la comedia, navegar entre referentes y desvelar una deliciosa autoconsciencia. A través de esas particularidades, Un hombre fiel logra transitar con éxito el terreno del romance logrando salir airosa a raíz de sus estimulantes reflexiones, pero al mismo tiempo huyendo de una petulancia que no habría beneficiado de ningún modo al conjunto, y que ni por un momento logra asomar en esta aguda travesía acerca de los pormenores de aquello a lo que llamamos amor.
Larga vida a la nueva carne.