Un héroe anónimo (Alain Guiraudie)

Una de las grandes virtudes de Alain Guiraudie estriba en su capacidad para lazar una mirada tan cínica como desencantada hacia la vida en las pequeñas ciudades de provincias. Un retrato que suele tener una mezcla de curiosa de conmiseración y repelencia hacia una cotidianidad palpable, realista y, en cierto modo, miserable. Con todo ello lo que Guriraudie consigue siempre es dibujar una postal naturalista no exenta de cierto extrañamiento. Un hiperrealismo muy físico, muy epidérmico que al mismo tiempo no acabamos de asumir del todo, como si percibiéramos la impostura en ello.

Obviamente, para un trago tan indudablemente amargo y desencantado, hace falta algo más que la agudeza en la descripción. Hay que proveer al relato de un cierto sentido del humor, ni que sea en forma vía de escape a la negrura. En este sentido, Guiraudie siempre atina en estos momentos cercanos a la absurdo. Momentos que suelen ser tan increíbles como necesarios para una digestión correcta. Sin embargo, este quizás es el mayor problema de Un héroe anónimo, la incapacidad para huir de una gravedad temática que se retuerce sobre misma sin puntos de fuga humorísticos.

Y es que no estamos ante un film denuncia o que pretenda dar solución a una suerte de entramado socio-sexual. En este sentido se apunta correctamente a la idea de círculo vicioso, de retroalimentación de la violencia, el prejuicio y el racismo cultural. Pero más allá de eso da la sensación es la de estar ante un producto ambicioso, que intenta conectar puntos entre aspectos como la soledad, el terrorismo, el deseo insatisfecho, la disposición voluntaria (o no) de los cuerpos y la xenofobia pero sin hallar nunca los conectores precisos para todo ello.

En realidad hay dos películas que parecen cohabitar, que se buscan desesperadamente para empastar un discurso sino trascendente sí potente y que se aleje, de alguna manera, del género de cine social más proclive al mitin engolado que a la reflexión. Quizá lo que conecta de forma más resolutiva es su puesta en escena, esa descripción de un lugar que a todas luces parece rutinario, mundano, pero cuyas tensiones están palpables en todo momento no de forma evidente, pero sí como un ruido de fondo constante.

Pero como decíamos, se echa de menos la habitual capacidad por rebajar el tono a través del humor. En este caso, todo queda como un catálogo de intenciones reconocibles en la firma autoral del director pero con la sensación que no ha conseguido ir más allá de la teoría del pasar del papel a la pantalla, de hacer que esos cuerpos siempre expuestos y reivindicables sugieran algo más que meras piezas de ajedrez a disposición de los movimientos que Guiraudie quiera ejecutar con ellas.

Este es sin duda, junto a la amalgama temática, el mayor problema de Un héroe anónimo, que en ningún momento se siente orgánica fluida. Uno de los puntos fuertes del director francés que, en este caso, no consigue llevar a cabo. Una obra pues, que resulta interesante en cuanto a su capacidad de sugerencia pero que se queda en un simple manifiesto teórico sin capacidad de llevar a reflexión ni a la carcajada involuntaria.

Podéis ver Un héroe anónimo en Filmin:

https://www.filmin.es/pelicula/un-heroe-anonimo

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