La persistencia de la memoria, la evocación de los tiempos de juventud, la perspectiva de la edad. La rememoración de aventuras pasadas es algo tan humano como la propia existencia. Desde Odiseo contando sus peripecias en la corte de los feacios, el relato de la propia vida es algo tan personal como mundial. Miren que uno no es precisamente admirador de Paulo Coelho, pero dentro de sus frases acertadas se puede incluir ese «La historia de un hombre es la historia de toda la humanidad»
Por eso quizá el documental Un día vi 10.000 elefantes se convierte en un documental cercano, campechano, amable. Como un suave paseo que nos transporta a un lugar conocido donde nos sentimos seguros. Y eso que la historia que cuenta el anciano Angono Mba nos transporta simplemente a su natal Guinea Ecuatorial, donde hace más de setenta años, este hombre fue uno de los porteadores de una expedición bastante cinéfila. Resulta irónico que cuente la experiencia precisamente frente a otra cámara. Ironías del séptimo arte, ya saben.
La expedición en concreto era de un director madrileño, Manuel Hernández Sanjuán, que iba en busca de su particular El dorado. Las leyendas decían que había cierto lago en la Guinea Española donde se podían ver 10.000 elefantes, aquello que da el título a este documental. Aprovechando su paso para filmar como era la vida en la colonia, cuando los documentales, tras el éxito de aquella historia de Nanook, despertaban la admiración de los espectadores al mostrar la vida y las costumbres de lugares que la mente prácticamente no alcanzaba a imaginar.
Sin embargo, las palabras de Angono Mba nos muestran otra perspectiva, bastante más amarga y tristemente, bastante más real, sobre el colonialismo español y el estilo de vida que se llevaba en la colonia, guiándonos por la cara oculta de aquella sociedad de hace más de medio siglo. Los problemas, las dificultades… el tono documental pasa a ser bastante lírico, y nos será imposible no identificarnos con cosas que cuenta el antiguo porteador.
Si hay algo que llama la atención en esta cinta es el montaje y el uso de diferentes recursos técnicos. No nos encontramos frente a un film de lo real al uso, sino que multitud de cosas son combinadas en la gran pantalla. Desde antiguas fotografías hasta montajes animados, mientras la voz del protagonista nos transporta atrás en el tiempo. Es una apuesta arriesgada, y es muy de agradecer el coraje de buscar nuevas formas de llegar al público, pero lo cierto es que a veces, los cambios despistan más que enriquecer. Es como si uno escuchase las historias de sus abuelos al pie de la cama, y alguien intentase ponerle imágenes en vez de dejar la fuerza de la imaginación de cada uno. Habrá a quien le guste, claro, pero no termina de ser algo inconsistente.
Por todo ello, y si bien como propuesta valiente y con un valor histórico y de denuncia bastante potente, Un día vi 10.000 elefantes acaba siendo una apuesta curiosa que podría haber tenido aún incluso más fuerza. El hilo conductor de la trama y lo que va dejando a su paso está bien, es decir, el cómo a partir de una antigua expedición se extrapolan los problemas colonialistas y sociales está muy bien, pero si bien es, como ya se ha dicho, como un paseo agradable, echamos en falta algo más de fuerza, de garra, de impacto. Al fin y al cabo, evocar es el recurso de los que ya han intentado cambiar el mundo, pero los que necesitan inspiración para ello, deben buscar otros caminos. Ese también es un valor del cine.