Apuramos ya los últimos compases de cine en San Sebastián y la Sección Oficial sigue siendo la que menos consenso está generando entre la crítica. No son pocos los títulos prefabricados que dan vueltas sobre una misma idea sin crear un auténtico interés, dejando la incómoda sensación de que a la hora de establecer cierta ecuanimidad sobre la procedencia geográfica de las películas a concurso el cine no es lo que más importa. En ésas llegó la jornada del viernes y con ella la esperada última película del catalán Marc Recha, que habla más de la incompetencia de muchos títulos seleccionados que estos por sí mismos.
Recha, un artesano que a lo largo de su carrera ha sabido extraer de sus mínimos elementos narrativos un estilo propio de marcada identidad local, vuelve a aproximarse a la naturaleza catalana como escenario. Pero, a diferencia de sus películas anteriores, aquí opta por despojarse radicalmente de todo aditivo posible y nos presenta únicamente a dos personajes manteniendo un diálogo durante una jornada campestre de poco más de una hora de duración. La aparente estrechez de este punto de partida, lejos de coartarle, expande las posibilidades de su cine hacia límites que demuestran hasta dónde se puede llegar reduciendo hasta el extremo la narrativa en beneficio de una desarmante autenticidad.
Un día perfecto para volar, precisamente, versa sobre la construcción de la realidad en la infancia y sus estrategias. Los únicos dos personajes que vemos son figuras reales: el actor Sergi López, buen amigo del director, y su propio hijo Roc. Inmiscuidos en una visión romántica y auténtica de la vida que destierra la tecnología y el consumismo, el relato fantástico con el que el adulto explica la realidad a un niño absorto se convierte también en nuestra propia credulidad ante un largometraje mínimo que llega a resplandecer.
Hay un giro en la película que no conviene desvelar, pero en el que la aparición del director en pantalla amplía sus horizontes hacia una reflexión sobre el mismo proceso creativo de un cineasta que contempla la realidad con mirada de documentalista pero marcados elementos de ficción. El hecho de subvertir la verdad sobre un actor conocido por todos como Sergi López, construyendo también a partir de su propio carisma el imaginario infantil de Roc, da pie a varias conclusiones. Contemplando la realidad con ojos de niño, descubrimos el mismo concepto de cine puro que tantas veces echamos de menos en despliegues monumentales que esconden el vacío: un par de planos de una cometa enredada en un árbol y un espantapájaros en Un día perfecto para volar dan más de sí que muchísimas películas en sí mismas. Sin pretenderlo, esta inusitada selección para el concurso donostiarra es también la mejor alegoría sobre el contenido del mismo.