Cinco años después de su último trabajo y casi una década desde sus últimos grandes títulos, aquellas Para todos los gustos y Como una imagen (con las que cosecharía multitud de premios, como el Mejor guión en Cannes por la segunda o hasta cuatro premios Cesar por la primera, sin olvidar que sería nominada a Mejor película de habla no inglesa) que darían a conocer a uno de los nuevos talentos del cine francés reciente, una Agnès Jaoui que no se ha separado de Jean-Pierre Bacri desde que escribieran el libreto del Smoking/No Smoking de Alain Resnais. A partir de ese momento, Jaoui y Bacri escribirían juntos el guión de los —hasta ahora— cuatro largometrajes de la cineasta gala, además de participar ambos como actores en todos y cada uno de esos trabajos.
Ahora, y tras el fiasco que supuso su tercer film, Háblame de la lluvia, Jaoui vuelve a trenzar una película coral por la que se llevó otro galardón, a Mejor guión en la pasada edición de la Seminici, y que usa como telón de fondo esos cuentos a los que alude en su título para trasladarnos a la historia de Laura, una joven que a sus 24 años siente no haber descubierto el amor todavía hasta que, presagios mediante, conozca a Sandro, un joven compositor que trabaja realizando encuestas en la calle y cuyos pocos medios hacen que su padre sea una figura recurrente pese a que la relación entre ambos es más bien tibia. A partir de esa relación, Jaoui desarrolla una galería de personajes en la que cada cual aporta su pequeño granito de arena enarbolando un relato que cuando más cómodo se siente es cuando las virtudes escénicas del cine de la autora de Como una imagen hacen acto de presencia.
Lejos de lo que pueda parecer, el hecho de volver a esa fórmula de las historias cruzadas no es el pretexto para lograr un mejor resultado o incluso volver a la senda del éxito, y es que tras cada uno de los relatos (por mínimos que puedan ser en ocasiones) o subtramas, Jaoui da pequeñas puntadas para ir descubriendo tanto la idiosincrasia de esos personajes como aquello que los terminará llevando a una perspectiva distinta que les permita dar un nuevo enfoque a aquellos problemas o situaciones que les rodean. Así, esas supuestas clases de conducción, la crisis vital en la que entrará el padre del protagonista tras recordar el supuesto día de su muerte o la aparición de ese misterioso (aunque algo obvio) personaje llamado Maxime Wolf terminan llevando cada uno de los recovecos de Un cuento francés a un punto mucho más concreto de lo que en un principio pudiera parecer.
Puede que en cierto sentido las analogías realizadas por Jaoui con respecto a esos cuentos que se proclaman en el título del film sean algo pobres por evidentes, pero de algún modo ayudan a delimitar ese universo que la francesa entreteje con cierto trazo aunque en ocasiones el film pueda pecar de tornarse un tanto errático tanto en su desarrollo como en su faceta narrativa. No obstante, ello no es escollo suficiente como para que la cineasta desarrolle la mejor vertiente de su cine, esa que pone cierto énfasis en la puesta en escena (en ese sentido, hay escenas realmente trabajadas) tanto a través del talento que posee en ese aspecto como por las trabajadas interpretaciones de un elenco que demuestra muy buenas maneras y eleva el nivel de una obra que, si bien no termina de cuajar ni de acercarse a aquellos que presuntamente son los mejores trabajos de Jaoui, como mínimo cumple —hasta determinado punto— las expectativas dejando momentos de lo más simpáticos y una propuesta que, sin que uno pueda sentir que desarrolla toda sus cualidades, como mínimo ofrece un aire distinto sin recurrir constantemente a los tics habituales de la comedia francesa.
Larga vida a la nueva carne.