La sutileza del dolor
La realizadora Mia Hansen-Løve ya se ha convertido en presencia habitual en las distintas secciones del Festival de Cannes, exponiendo el año pasado Bergman Island y en esta presente edición Un beau matin, film que hace refulgir la Quincena de Realizadores.
La película es incuestionablemente hija de su pluma y de su visión, pues su ligereza narrativa no responde a una ausencia de densidad, sino a un audaz trabajo de síntesis descriptiva y de destreza en el apartado visual. En Un amour de jeunesse, por ejemplo, desmenuza el amor adolescente sin recrearse en el contacto físico, ya que apuesta por el contacto de sus intérpretes con el entorno natural, aguardando los momentos idóneos para encontrar ejes de significado que los moldeen. Sería una aproximación sesgada decir que la directora sólo es una heredera de Éric Rohmer, que si bien es muy hábil para diseñar la comunicación verbal de una película, despunta por su extremo cuidado estético y por una calidez muy particular a la hora de aplicar la gramática del cine narrativo.
Mia Hansen-Løve es una cineasta con el don de la transparencia, esto es, la capacidad del director de supeditarse a la historia que cuenta sin que sus gestos estilísticos cobren más importancia. Digamos que es una cuestión de camuflaje, lo que aún saca a relucir más su talento. Siempre inteligente con la utilización de las elipsis y del tiempo interno de los films, los personajes brillan por su calidez y su cercanía. Si el montaje está muy atento para no trocear las escenas o hacer trastabillar el ritmo, la cámara capta los cuerpos sin solicitar que se emocionen de forma forzada, sino explorándolos en diferentes circunstancias para que se sientan cómodos en la escena y tengan el margen idóneo para transmitir gestos verdaderos.
En Bergman Island el modus operandi era muy parecido, pues era la interrelación de los personajes con el lugar apartado donde se hallaban lo que determinaba su manera de comportarse, además de experimentar con una inusual estructura narrativa.
En una escena de Un beau matin, película que reúne las mejores características de su cine, los personajes principales contemplan París desde la altura de un parque, una de las capitales del cine y núcleos esenciales de la cultura europea, como si fuese la misma cineasta quien la observase con ternura. Mencionamos la secuencia de cierre, y la historia que la ha precedido mezcla enfermedad y romance al seguir a una mujer que vive con su hija y su padre. Este último no se vale por sí mismo debido a una dolencia neurodegenerativa, y mientras su hija busca el cuidado de una residencia de ancianos vivirá un apasionado ‹affair› con un hombre casado.
La actriz Léa Seydoux, una de las más egregias figuras del cine francés contemporáneo, vuelve a demostrar una innata capacidad para comunicarse con el espectador por medio del silencio y la lágrima. Es una intérprete que parece que sufra por dentro en cada rol, pero cuya mirada siempre refleja una brizna de esperanza o una pulsión de fortaleza. Tom Cruise, en una sesión del presente Festival de Cannes, declaraba que la figura del actor siempre demanda un trabajo corporal, ya sea desde la quietud, el movimiento o los términos intermedios. En ese sentido, tanto Seydoux como el reparto que la secunda están excelentes, pues la directora es consciente de los parámetros del espacio y el tiempo a los que deben ajustarse para esquivar la intromisión del artificio.
El film podría extenderse interminablemente, pues la solvencia de la directora para trenzar las escenas y distribuir los colores por el encuadre no la tienen muchos directores hoy en día. Es como si el cliché se elevara a la categoría de arte, pues son numerosas las escenas de la película que replican a muchas otras por su similitud. No obstante, si con Bergman Island pensábamos que quizá la fórmula de Mia Hansen-Løve podría haber llegado a un punto de no retorno, con Un beau matin se disipan dichas dudas.