No hay que hurgar mucho para saber por qué la familia es uno de los grandes temas del cine japonés, basta con llegar a Ozu. Películas como Cuentos de Tokyo (Tokyo Monogotari, 1953), Primavera Tardía (Banshun, 1949) o El sabor del sake (Sanma no aji, 1962), entre muchas otras, ponían en discusión las estructuras y comportamientos anquilosados de las familias japonesas, al mismo tiempo que permitían observar la gran distancia existente entre las esferas públicas y privadas en la sociedad nipona.
El legado de Ozu, pero también el de Mizoguchi, Kurosawa o Naruse, es recogido en la contemporaneidad por varios cineastas que ponen a la familia en el centro de su cine, si bien desde puntos de vista y géneros diversos. El drama y la tragedia del cine clásico deja paso a tonos más amables, cómicos o incluso fantásticos. Asimismo, la infancia gana protagonismo, hasta el punto de que dos de los directores japoneses que más se han preocupado por la familia en la contemporaneidad —Miyazaki y Koreeda— son también cineastas de la infancia.
Un asunto de familia (Manbiki kazoku, 2018), encaja como un guante en la filmografía de Hirokazu Kore-eda. Especialmente por sus temas, explorados en otros muchos films del director: las relaciones familiares, los niños, el día a día del Japón contemporáneo o los claroscuros morales. Pero también porque el cineasta parecía haber perdido en los últimos años un cierto ‹punch›, una cierta profundidad o valentía. Desde quizás la obra cumbre de sus inicios, Nadie sabe (Dare mo shiranai, 2004), el director se había enfundado en un traje pequeño, desde el que ofrecía un buen número de películas muy parecidas entre sí, casi todas destacables desde la sensibilidad y el buen hacer narrativo y estilístico, pero faltas de consistencia, de fuerza.
Es por eso que hay que celebrar una película como Manbiki Kazoku, en la que Koreeda sale de su traje para, sin perder sus rasgos característicos, trazar una compleja obra, modernísima en su clasicismo, sobre lo que significa ser una familia en 2018. Un asunto de familia es una sonrisa helada, un agridulce relato sobre un grupo de personas que se complementan más allá de puzzles y etiquetas. No es fácil describir a la familia protagonista: dos figuras paternas, ladronzuelos a tiempo parcial, su hijo, al que enseñan el particular “oficio”, una abuela y una hermanastra, todos viviendo bajo el mismo pequeño techo. Por si fuera poco, al volver de robar en un supermercado, la familia decide adoptar a Juri, una niña proveniente de una familia conflictiva.
Se trata ésta de una película doblada sobre sí misma como un ‹origami›, en la que los conflictos, mentiras y revelaciones se despliegan en la naturalidad de una cena o un día en la playa con la familia. En eso, en la gestión de la información, Koreeda demuestra maestría, ofreciendo pequeños puntos de disonancia cuando todo parece encajar. Es así, presentando escenas cotidianas tan naturales como emotivas, magníficos diálogos y repartiendo el peso de manera perfecta entre los diferentes protagonistas, que no nos damos cuenta de que el cineasta está jugando con nosotros, haciéndonos sentir tremendamente cómodos cuando quizás deberíamos estar horrorizados. Además de en un estupendo guion, Un asunto de familia basa su consistencia en unas actuaciones prodigiosas; de los niños, evidentemente, pero también de su pareja protagonista: el polivalente Lily Franky y una excelsa Sakura Ando. Kore-eda demuestra su mano en la dirección de actores, pero también tras la cámara, recogiendo sin citar una forma muy japonesa de filmar en interiores —con abundancia de planos conjuntos y profundidad de campo— en la que los actores pueden moverse e interactuar con soltura, ofreciendo esa naturalidad y cotidianeidad que es brillante porque es reconocible.
La película de Kore-eda también hay que celebrarla por poner el foco en entornos no tan favorecidos por el cine japonés, mostrándonos cuán interesantes son los márgenes. La espontaneidad y libertad de sus protagonistas choca con la imagen del país, cuyo cliché nos habla de protocolo, formalidad e incomunicación. En ese sentido, cuando la sonrisa se hiela y la incomodidad aparece, no es difícil saber qué lado tomar, precisamente por esa necesidad tan humana de verse reflejado en algo, de escoger las emociones primarias antes que las impuestas. Debería hacernos pensar el hecho de que Un asunto de familia acaba bien desde lo legal, desde la restauración de la norma y el reparto de las culpas, mientras que desde lo legítimo y lo emocional, sin embargo, la película tiene el peor final posible.