Rachel y Philippe son dos jóvenes de clases sociales distintas que un buen día se conocen y surge entre ellos un romance apasionado. Un clásico escenario de amor contra viento y marea en el que todo parece hermoso e idílico mientras se tengan el uno al otro.
Pero hay algo que no cuadra. Philippe no quiere hacer ningún esfuerzo, no quiere casarse, no quiere arriesgarse a perder su posición y en su forma de hablar hay un tono de desprecio y autosuficiencia palpables. Una noche, confiesa su más oscuro secreto. Él atropelló y mató a un hombre por accidente. Pero lo cuenta de una forma concreta; quiere retratarse como la víctima. Este cúmulo de señales de alarma va tomando forma definitivamente cuando Rachel se queda embarazada y comienza a ser más y más difícil contactar con él.
Con un título que puede verse en un tono ciertamente irónico, Un amor imposible, de la directora francesa Catherine Corsini, es una película sobre la toxicidad y el abuso en una relación, sobre cómo permea poco a poco, manipula y somete emocionalmente, y cómo sus efectos pueden durar toda una vida, afectando al resto de relaciones interpersonales, a la vida familiar y a las expectativas de futuro. Rachel cría a su hija Chantal sola mientras mantiene una eterna incertidumbre al respecto de su situación con Philippe, permanentemente desaparecido y dejándose ver cada mucho tiempo. Chantal comienza a crecer y a sentir la necesidad de conocer a su propio padre, al tiempo que la relación con su madre se resiente.
Nos encontramos ante una historia que se desarrolla de manera característicamente lenta y gradual, observando a madre e hija a lo largo de los años, de manera que no solamente se hace notar la presencia de Philippe, sino también su ausencia, los largos períodos en los que desaparece de sus vidas por completo y su recuerdo se va difuminando, para reaparecer un día y volverse nítido de nuevo. Es con estos vaivenes narrativos en el continuo que forman las vidas de Rachel y Chantal como se deja ver el efecto de las dinámicas abusivas a las que ambas están sometidas por él, quien las maltrata psicológicamente, manipula sus emociones y restriega su estatus. Es una narración frustrante pero empática porque el espectador puede ver muy fácilmente qué está mal en esa persona, pero también la dificultad para separarla definitivamente de sus vidas cuando todavía se albergan sentimientos que Philippe sabe manipular sacando ventaja de dicha vulnerabilidad, y cuando se sabe impune porque sus víctimas parten de un contexto social desigual y desfavorable a ellas. Todo esto es un proceso complejo, no lineal y en modo alguno marcado por puntos claros que guíen en una dirección, y por ello es importante y demuestra una gran lucidez que la película esté contada de este modo, dándose tanto tiempo. Porque aunque en ocasiones su lentitud parezca no ofrecer una correspondencia emocional al espectador, la propuesta de Corsini sabe bien cómo administrar el efecto acumulativo del proceso que narra. Su ritmo característico es un enfoque arriesgado que termina dando sus frutos.
La cinta se apoya en unas interpretaciones estupendas en papeles complejos, particularmente los de Rachel y Chantal como dos mujeres que maduran su perspectiva con los años, aunque no puede dejar de destacarse a Niels Schneider como el odioso y manipulador Philippe; y la idea de narrar la historia al completo desde la perspectiva de Chantal se revela como una gran decisión porque da un tono subjetivo a la narración, incluso cuando no está contando su propia historia sino la de su madre, que se deja ver en la forma de presentar los eventos, en el grado de profundización al que puede llegar y en lo que omite de sí misma. A nivel de puesta en escena es también eficiente, con unos encuadres adecuados para realzar las emociones, nunca de una manera excesivamente notoria. Sí es bastante más discutible el intento de énfasis estético que se deja ver en ocasiones muy contadas, de las que probablemente la peor sea esa fea aunque breve secuencia en la que se nos explica el suicidio de la madre de Philippe.
Un amor imposible es una película estupenda de gran madurez narrativa, sólo lastrada mínimamente por pequeñas decisiones esporádicas de un exhibicionismo incomprensible en su apartado visual. Sobre todo, es una historia que desarrolla y escala el drama de una forma que refleja un cierto respeto por la gravedad y complejidad de los temas que trata, y esto es algo muy valioso, que muchas veces se echa en falta. Si bien no redonda, y tal vez difícil de entrar en su juego en un principio, esta obra de Corsini merece ser recordada por su lucidez retratando una situación emocional con muchas aristas y complicaciones, y resaltada por la solidez y la seriedad con la que lo hace.