Delphine es una chica normal, nacida en un pueblo francés y sin grandes metas en la vida más que emigrar a París y labrarse un futuro allí. Pero posee un par de características que la distinguen respecto a la mayoría de sus demás congéneres en la Francia de finales de los 60 y principios de los 70. En primer lugar, es homosexual, una preferencia que por aquel entonces muchos preferían ocultar al resto del mundo por temor a ser rechazados por la sociedad, algo con lo que la propia Delphine está de acuerdo. Pero lo que realmente dota a esta mujer de un verdadero alma es su fuerte carácter, que le hace no dudar en ningún momento de su inclinación sexual y que, además, le lleva a plantar cara a cualquier hombre para salvar a personas también desconocidas, como esa chica llamada Carole que pronto se convertirá en parte importante e inextricable de su vida.
Un amor de verano (La belle saison) es una cinta dirigida y escrita por la cineasta francesa Catherine Corsini, autora de varios films no excesivamente conocidos fuera de Francia (salvo quizá Partir, con Kristin Scott Thomas y Sergi López) en los que ha narrado largo y tendido varios episodios de relaciones personales, tanto hetero como homosexuales. En este caso, el estreno de Un amor de verano en España se produce al son de los festejos del Orgullo Gay, una celebración criticada por algunos con argumentos tales como “si hay una fiesta gay, tendría que haber una fiesta hetero”, sentencia que ignora el aroma reivindicativo y humano por el que ese colectivo continúa luchando y que en este siglo ya ha recogido importantísimos avances.
Pero Un amor de verano no es únicamente una cinta que busque reafirmar los derechos LGTB, sino que también pretende explorar, con algunos brochazos, el recorrido que el movimiento feminista siguió durante aquella época. No en vano, la piedra de toque de la película se fundamenta a partir de la integración de Delphine en el círculo feminista que integran Carole y un nutrido grupo de mujeres. En sus reuniones se planifican diversas acciones reivindicativas que, sin llegar al vandalismo, perturban el clima social de la época lo suficiente como para defender sus derechos con claridad. Corsini une en una misma línea feminismo y lesbianismo, conductas que si por separado ya suponían una bofetada de la sociedad más retrógrada a quien osara enarbolaras, juntas se convertían en la misma reencarnación del “diablo”, como afirma uno de los personajes secundarios del film.
El mérito de la directora no acaba aquí, ya que Un amor de verano es también una película sobre las notables diferencias entre campo y ciudad, cada una con sus virtudes y defectos bien marcados. Con sus planos generales, Corsini ya señala al campo como un espacio de tranquilidad y soledad, mientras que las escenas de ciudad gozan de un tratamiento mucho más frenético en consonancia con el estrés de las grandes urbes. Sin embargo, la trama se encarga de dejar clara la divergencia en la personalidad de la urbanita Carole, extrovertida y despreocupada, frente a la pueblerina Delphine, cuya fuerza interior se cae a pedazos si un vecino la observa haciendo algo contrario a la supuesta rectitud moral.
A la película le cuesta poner en situación todos estos aspectos y por ello se explica que el ritmo del film vaya claramente de menos a más. Cuando consigue culminar las construcciones de las protagonistas por separado y opta por unir relatos, Un amor de verano se erige como una cinta bien aprovechada, que cumple con sus objetivos y que deja la sensación de haberse medido al detalle. Cierto es que algunas situaciones de alto grado emocional podrían haberse resuelto mejor (exceptuamos aquí las escenas de sexo, muy naturales) y que es inevitable para la cineasta rehuir alguna pequeña manipulación, pero la impresión final es satisfactoria.