Como viene siendo habitual, el pasado 1 de julio el mundo del cine se despertaba con uno de esos fallecimientos mantenidos lejos de las primeras líneas de prensa. Sergio Sollima decía adiós con la friolera de 94 años como uno de los últimos exponentes que quedaban vivos de la cada vez más lejana cinematografía italiana de géneros. Su figura siempre quedaría anexada al Spaghetti Western, quizá el más internacional de esos géneros populares transalpinos y donde se asentaría como uno de esos tres “Sergios” inmortalizados para la posteridad como los grandes maestros del llamado western a la italiana: tras Leone y Corbucci, Sollima era el último Sergio que quedaba vivo. Sería en el Spaghetti donde quedarían muy patentes sus enormes habilidades para la narración y su fácil asimilación de las extravagancias y aristas del género: de aquí saldrían una mini-saga protagonizada por el bandido mejicano llamado Cuchillo, interpretado por el cubano Tomas Milian en la maravillosa El halcón y la presa (donde el villano Cuchillo Sánchez es perseguido por un implacable sheriff interpretado por Lee Van Cleef para acabar uniendo fuerzas contra el villano de la función) y la inferior pero meritoria Corre, cuchillo, corre. Cara a Cara, con uno de los rostros más populares del género, Gian María Volonté, sería su otra gran aportación, quedando aún más patentes unas raíces políticas tan solo sugeridas en las dos anteriores, con una historia de un profesor que sorprendentemente tergiversa su ideología para acabar formando parte de la banda de bandidos liderada por Tomas Milian. La importancia de su sello en el género trascendió incluso más que por constituir alguno de los productos no-Leone más trabajados y admirables, sino además por narrar de manera constructiva y válida una ideología marcadamente progresista, que quedó bien simbolizada en sus más importantes obras.
Pero sería tremendamente injusto ceñirse sólo al Spaghetti como recuerdo de la variopinta filmografía de Sollima, ya que con el talante artesanal y oficioso que compartió con sus otros compañeros de generación no escatimó al desatar su pasión por el cine en todo tipo de vertientes (devoción que iniciaría con sus estudios de cinematografía en el llamado Centro Experimental de Cinematografía, la llamada escuela italiana, fundada en la época fascista donde coincidiría con Michelangelo Antonioni) comenzando como guionista en diferentes variantes de género pero especializándose en el cine de aventuras o el peplum (El caballero de los cien rostros, Goliat contra los gigantes). Su debut en la dirección llega en 1962 con la comedia de tintes eróticos Amores difíciles, para luego afrontar las inevitables parodias de la saga James Bond que se convirtieron en todo un género en sí mismas en el país italiano (Agente S3S, pasaporte para el infierno, 3S3 Agente especial). Tras el posterior paso por el Spaghetti Western, su etapa más relevante y donde ya se convertiría en una de las mayores promesas del cine de italiano de la época, entra de lleno en los 70 con el thriller de acción, mafia y suspense, bajo dos películas con destellos de maestría: Ciudad Violenta, un thriller urbano que envuelve de aroma crepuscular y fatalista la historia de venganza del asesino a sueldo protagonizado por Charles Bronson, a la que seguiría años después Revolver, donde Sollima demuestra su valía para el retrato de la violencia callejera en una trama que hereda algunas de los interesantes postulados del entonces emergente poliziesco bajo la presencia de una pareja protagonista en estado de gracia con los rostros de un inconmensurable Oliver Reed acompañado de Fabio Testi.
Con la futura decadencia del cine de género italiano, llegaría el paralelo declive de algunos de sus más insignes figuras creativas, incluida la de Sollima. Será en aquella década de los 70 donde abordase otras propuestas de diferente calado como el giallo en la interesante El cerebro del mal o su vuelta a los orígenes de la aventura con El juramento del corsario negro, esta última con el protagonismo de Kabir Bedi. Sería con el actor hindú con quien fraguase su última gran aportación popular a la ficción italiana, con la teleserie dedicada al mítico personaje de Sandokan y que constituyó para sí un enorme éxito para la pequeña pantalla de aquellos años, que daría además un modesto salto al cine. Sus últimos años en activo en la profesión quedarían reducidos a algunos escritos de guión para televisión durante la década de los 80 y un retorno con el popular tigre de Malasia con El hijo de Sandokan, repitiendo con Bedi y que sería su última producción como director y guionista en 1998. Sergio Sollima falleció sin hacer mucho ruido pero dejando para siempre una huella inconmensurable dentro del cine italiano de géneros, con quien no existirá mayor reivindicación que la de revisar una y otra vez sus películas. Será enterrado hoy mismo en la Casa del cine de Roma, capital de un país para el cual ha aportado una enorme valía cultural: no sólo por desentrañar con talento y solidez las herramientas más características de los géneros que ha tocado, sino por la trascendencia de inculcar ciertos valores políticos en una época donde esto era una enorme muestra de atrevimiento y personalidad.