Rodada en el año 2007, 6 años después de Días Perros, la película más incisiva y pasada de rosca de Ulrich Seidl (entre ambas rodó el irónico documental Jesus Du weisst), Import/Export se presenta como su trabajo más equilibrado, concienciado socialmente y cargado de un humanismo radical. Un filme dotado de una sinceridad imperturbable cuyo curioso título hace referencia a la historia paralela sobre 2 almas que buscan trabajo y se encuentran en una batalla personal para encontrar su lugar en el mundo, que inician un viaje con recorrido opuesto, de Ucrania a Austria y de Austria a Ucrania, pero nunca coinciden en pantalla.
Por un lado se nos presenta a Olga, una madre soltera ucraniana que trabaja como enfermera con unos ingresos que no le llegan para mantener a su hijo y busca desesperadamente un nuevo trabajo. Después de intentar sacar dinero a través del sexo por internet en su ciudad natal queda avergonzada y deja a su madre a cargo del pequeño para establecerse en Viena en busca de un futuro laboral más prometedor. Por otro lado tenemos a un joven austriaco que vive con su madre y su padrastro, y es despedido de su reciente trabajo de guarda de seguridad tras ser humillado por unos energúmenos en el lugar que vigilaba. Paul tiene deudas económicas importantes con personajes dudosos y se ve en la obligación de acompañar a modo de huida a su padrastro en un viaje al este de Europa que culmina en Ucrania para ayudarle transportar unas máquinas tragaperras.
El director austriaco ataca claramente a los excesos del sistema capitalista mediante un retrato angustioso por la proliferación de la miseria humana y moral, la alienación y la deshumanización de la sociedad del bienestar de la Europa Occidental (representada aquí por Austria) que se aprovecha de la precariedad laboral de los inmigrantes ofreciéndoles los trabajos que nadie quiere por unos sueldos irrisorios. Import/Export es su incursión de ficción cinematográfica donde trata mayor diversidad de temáticas: además de la desigualdad social y del intercambio cultural también hace hincapié en la capacidad de adaptación del ser humano a las peores condiciones posibles, a la influencia de las nuevas tecnologías (aquí representadas en el porno de internet), y al tratamiento de los enfermos terminales en los hospitales mientras esperan pacientemente la muerte.
Seidl, reconocido por poseer una de las miradas más críticas, radicales e incendiarias de la cinematografía europea, siempre resulta insobornable a su estilo exhibiendo esa capacidad tan arrolladora que posee para enseñar lo absurda que puede llegar a ser la conducta humana en determinadas circunstancias, nutriéndose básicamente de pequeños momentos individuales con un alto grado de improvisación en un trasfondo de tragedia contenida en los que se salta los preceptos establecidos en el cine convencional, colocando siempre al espectador en una situación de incómodo voyeur, incitándole a que se cuestione aspectos de su propia existencia sin ninguna intención de reconfortarle.
En Import/Export tiene la habilidad suficiente para conseguir generar interés a través del proceso de descubrimiento personal mediante el contraste entre los estados de ánimo del dúo protagonista, ambos agobiados por la precariedad laboral y económica, son expuestos como los peones de una experiencia implacable sobre la degradación de la existencia humana. En esta desoladora incursión por la vieja Europa continúa manteniendo el pesimismo inherente a su peculiar proceder cinematográfico, pero con menor presencia del humor negro que tanto le caracteriza, basado casi siempre en el patetismo de las situaciones; aspecto que provoca que el desasosiego sea todavía mayor, aunque genere en el ambiente de un modo casi imperceptible un grado de esperanza que no se había visto en su filmografía anterior, y que ha continuado mostrando en su trilogía paradisíaca. Pese a todo, la cinta está atorada de algunas situaciones divertidas que ayudan a minimizar el atroz grado de violencia psicológica y fatalismo emocional que ronda siempre en el ambiente, como en la escena en la que un enfermero se pone en la piel de Sherlock Holmes en busca del «terrorista» que ha tirado su pañal sucio en el pasillo, o al principio cuando Paul intenta conseguir que su novia aterrorizada acaricie un perro que quiere comprar, provocando la ruptura inminente de la pareja tras el ultimátum que le ofrece la chica, obligándole a elegir entre ambos.
Un aspecto que diferencia al dúo protagonista respecto a los personajes corales de sus 2 largos de ficción anteriores es que desprenden cierta ternura y humanidad, dando la sensación de ser 2 personajes cuerdos superados por las circunstancias, mientras que en Models sus protagonistas eran unas estúpidas, plagadas de las banales aspiraciones que implica una profesión tan mediática como la de las modelos, y en Días perros presentaba una galería de personajes disfuncionales tratando de sobreponerse a sus paranoias sociales en el fervor del calor veraniego. Pese a su irrespirable atmósfera, también hay lugar para momentos entrañables y dulces que vienen siempre de la mano del personaje interpretado por una estupenda Ekateryna Rak (en su primer papel en el cine), que a pesar de su titulación médica se ve obligada a trabajar como operaria de limpieza en un geriátrico vienés, pero no puede evitar ayudar a los pacientes con mucho más mimo y cariño que el mostrado por los profesionales del centro médico, aunque no se le permite tocarlos. El personaje interpretado por el también neófito Paul Hofmann representa el cliché de tipo duro, no muy lúcido intelectualmente, que práctica entrenamiento militar y cuida sus músculos con devoción; sin embargo, su situación resulta tan tristemente patética que es imposible no empatizar con él conforme avanza la narración, y además intenta poner un poco de cordura y equilibrio en los actos del indeseable que le ha tocado como padrastro.
La utilización de un grupo de ancianos enfermos reales en el rol de los pacientes del hospital, algunos moribundos y en los huesos, es todo un acierto para propiciar el ansiado y enfermizo hiperrealismo tan característico del austriaco, a pesar de que presente alguna situación éticamente discutible que puede herir a los más sensibles en la fiesta donde aparecen maquillados y disfrazados, en una escena con todo el toque estrafalario de Seidl. Curiosamente, las secuencias donde les cambian los pañales a dichos ancianos, pese a su sordidez, son las más entrañables de la película y están en clara contraposición con los momentos sexuales que aparecen siempre impregnados de «mal rollo». Su predilección por dar espacio a situaciones que causan rubor e inquietud en el espectador es algo innato y en Import/Export no se queda corto en la secuencia donde una joven que se dedica a la pornografía en la red de internet se masturba en una Webcam con el primer plano de sus vergüenzas en el monitor que tiene delante ante la atónita mirada de la amateur Olga mientras intenta aprender el oficio. Sin embargo, la circunstancia más deplorable, por su humillante carga psicológica, es la que muestra al padrastro de Paul completamente ebrio, intentando hacer apología de las virtudes del dinero capitalista en un hotel con una joven prostituta ucraniana, en uno de esos momentos plagados de múltiples lecturas que sólo es capaz de llevar a cabo un autor tan empecinado en dar rienda suelta a los comportamientos de la basura humana, y en el que curiosamente sale peor parado quien pretendía mofarse de la prostituta.
En el plano formal, presenta la puesta en escena austera habitual en Seidl, decantándose más que nunca por la mezcla entre realidad y ficción para lograr la máxima autenticidad, con un aspecto deudor del cine minimalista de Robert Bresson (con el que coincide en el distanciamiento con lo expuesto, la falta de juicios de valor, la utilización de actores no profesionales y las múltiples visiones de los hechos que incitan a su re-interpretación). En esta ocasión vuelve a hacer gala de un montaje talentoso, cambiando el calor asfixiante y la iluminación resplandeciente de su anterior Días perros por el gris y azulado del frío invernal dominado por la presencia constante de la nieve, que sirve como evidente metáfora sobre el aspecto glacial de nuestra sociedad. Su realismo atroz está acompañado de una estilización estética que destaca por un magnífico tratamiento de los espacios en sus tomas largas y estáticas mediante hipnóticos encuadres, que alterna con la cámara en mano en movimiento para seguir a sus personajes a través de la nieve con la presencia de los edificios comunes en las zonas más humildes de la Europa del este, en los que saca a relucir su pasado como artista plástico y fotógrafo, proporcionando prodigiosas instantáneas con menor extravagancia de lo habitual, pero más dolorosas, si cabe.
Import/Export muestra una evidente cadencia sosegada debido a la narrativa influenciada por el documental con ausencia de artificios tan tradicional en Seidl, que sólo recurre a la música cuando es escuchada por sus personajes; sin embargo, pese a ser su película más silenciosa, con una notoria ausencia de diálogos durante muchos tramos, mantiene una intensidad pocas veces vista en pantalla, logrando una narración ágil y totalmente impredecible a lo largo de 2 horas y 21 minutos que pasan como un suspiro, cuyo implacable epílogo está a la altura del descorazonador mensaje que impregna una obra que continúa indagando y buscando nuevos caminos en esa especie de género basado en el terror social y urbano que inauguró con Días Perros.
Una pelicula sencillamente genial, una de las mejores que he visto en mi vida y he visto miles.