Con el apadrinamiento del genio de lo grotesco Ulrich Seidl aterrizó en el pasado festival de Rotterdam una de esas oscuras fábulas muy presentes en el cine europeo contemporáneo que hacen girar su sustancia en los alrededores de la desgracia. Puesto que Ugly, co-producción austriaco-ucraniana realizada por el protegido del autor austriaco Juri Rechinsky, basa su fundamento en la articulación de un cuento terrible y asfixiante protagonizado por una pareja de novios cuya felicidad será truncada por un fatal acontecimiento que torcerá la vida de los protagonistas guiándoles hacia un laberinto sin posibilidad de escape que convertirá sus vidas en un auténtico pozo rebosante de dolor y abatimiento.
Ugly parte de la historia de dos enamorados oriundos de diferentes geografías. El impasible ucraniano Jura y la bella austriaca Hanna. No aportando ningún tipo de información acerca del pasado, ni siquiera del presente, de los protagonistas, Rechinsky introducirá nada más arrancar su obra un suceso que supondrá un giro de ciento ochenta grados en la plácida existencia de la pareja: un accidente de tráfico provocado por un despiste de Jura que recluirá a la alegre Hanna en un hospital de Kiev afectada por unos terribles dolores y una inquietante parálisis que impedirá la movilidad de la joven. Afectado por su responsabilidad Jura decidirá recluirse junto a su novia en la solitaria y fría habitación del hospital, sin ningún tipo de contacto humano ni comunicación exterior, adquiriendo la figura así de un recluso deprimente e impávido sin ganas de vivir ni experimentar los placeres que ofrece la vida. Este retiro voluntario, con objeto de compartir el sufrimiento que él mismo ha provocado en el cuerpo de su novia, transformará a Jura en un ser huraño, malhumorado y cabreado con el mundo.
A partir de esta trágica presentación, la película se desdoblará en dos partes claramente diferenciadas, ambas conectadas por el vínculo familiar que une a sus respectivos protagonistas y asimismo por el dolor que lidera la concepción filosofal de las dos historias cruzadas. Así la cruel mirada de Rechinsky viajará de Kiev a Viena para introducirnos en la vida de Martha, madre de Hanna casada en segundas nupcias con un burgués sin oficio ni beneficio. Una mujer madura que empezará a padecer los primeros síntomas de un incipiente Alzheimer. Sin ofrecer ninguna señal acerca de la ubicación temporal de esta subtrama, puesto que Hanna aparecerá en esta historia como la hija pianista y preocupada por la pérdida de dependencia que empieza a sufrir su madre sin que sepamos si su aparición obedece a un tiempo pasado o futuro respecto al acaecimiento de su particular calvario en Kiev, observaremos el paulatino deterioro de Martha, su falta de coordinación para entablar una conversación con su marido, su cansancio y martirio cotidiano a pesar de los esfuerzos de su pareja y familia por tratar de llevar su enfermedad de la mejor manera posible.
Estirando una especie de acordeón que viajará de forma desordenada de un escenario a otro, Ugly tratará de relatarnos la mala suerte, fatalidad, incomunicación y adversidades que deberá afrontar esta familia azotada por un destino señalado por la desdicha. La película cuenta con una muy bien intencionada concepción que huye de hacer cualquier juicio de valor, pretendiendo únicamente exponer los hechos narrados evitando en todo momento caer en la tentación de inyectar giros impostados con objeto de condicionar la mente del espectador en un sentido concreto. Ello es de agradecer. Al igual que la espléndida fotografía de gusto muy pictórico, al más puro estilo del maestro Seidl, forjada a través del encaje de una gama de encuadres milimétricamente planificados, siempre perfectos y hermosos. También cabe reseñar la presencia en el reparto de la musa del autor de Días Perros Maria Hofstätter, aquella beata sin cerebro de Paraíso: fe que servía de nexo de conexión de la obscena trilogía dirigida por el cineasta austriaco en el año 2012.
Sin embargo la película acaba naufragando en sus propias aguas. En primer lugar por su carencia de homogeneidad, apostando por una trama de historias cruzadas para nada equilibrada. Así, el episodio protagonizado por Jura y Hanna claramente destaca, tanto en importancia como en metraje, respecto al vector interpretado por Martha. Da la sensación que este último capítulo fue integrado de tapadillo por Juri Rechinsky por necesidades de producción, al no dar de sí para más metraje la epopeya principal que sustenta el esqueleto del film. Del mismo modo las diferentes calamidades padecidas por Jura, con la inclusión del ataque al corazón sufrido por su padre, acaban convirtiéndose en una caricatura difícil de creer. Cierta resulta esa frase de que a perro flaco todo se le vuelven pulgas, pero no es menos cierto que la sucesión de adversidades trazadas sin contención ni ningún tipo de explicación por parte del director, invitan a pensar que éstas fueron adjuntadas en el guión únicamente con la función de meter el cuchillo en la yaga con la voluntad de magnificar el ya de por sí camino de espinas recorrido por el personaje principal. Una mayor contención en lo referente a la oscuridad que acompaña el itinerario de éste habría sido más creíble y prudente.
Si bien los puntos débiles acaban triunfando sobre los fuertes, Ugly resulta una película muy curiosa e interesante que podrá ser gozada sobre todo por los amantes de ese cine tedioso, tremendista y algo sensacionalista centrado en la desgracia y el canibalismo doloroso que asedia a esos personajes invisibles cuya vida ha sido castigada por el aroma de la mala ventura, perfilando con ello esos dogmas que describen los vértices más grotescos de la condición humana. Recomendable por tanto para aquellos espectadores que disfrutan contemplando el sufrimiento extremo en casa ajena.
Todo modo de amor al cine.