El regreso al seno familiar siempre puede llegar a ser un arma de doble filo: de la nostalgia percibida ante ese esperado reencuentro, a las susceptibilidades por aquello que no terminó del mejor modo y dejó heridas abiertas. A esas heridas abiertas se aferran Marisa Crespo y Moisés Romera en su debut tras las cámaras cuando, esperando dar una sorpresa navideña a sus seres más cercanos, Aitana vuelva a casa junto a su pareja, Dori, y el niño que han adoptado juntas. Aquello que bien pudiera devenir en alegría, pronto será un caldo de cultivo de lo más curioso ante la disparidad de miradas que se aunarán bajo el caserío, ya sea por la presencia de una pareja pudiente que ha sido invitada a la cena de esa misma noche, por la perspectiva alejada de esas realidades tanto de Aitana (a quien su madre en un momento dado tildará de “idealista progre”) como de Dori, o por la no menos singular estancia de una nueva criada, Nadia, que ayuda a la familia en las labores del hogar. Una inesperada comparecencia, esta última, que incomodará a la protagonista al ser vista como quién la ha reemplazado en ese hogar: acomodándose en su habitación, portando su pijama e incluso obteniendo un trato que se antoja un tanto desmesurado, y que le lleva a recibir algún que otro presente de la “herencia” familiar; hecho que desatará esas suspicacias de las que hablaba, enturbiando una velada a cada paso que da más extraña.
Tú no eres yo se sirve, pues, de esas menudas situaciones que pueden llegar a generar un notable revuelo, y en torno a ello deja al espectador ante diversas (e incómodas) preguntas que ponen sobre el tapete un juego de espejos desde el que cuestionar esas apariencias que parecen proyectar sus distintos personajes, pero que ante la particular tesitura verán como emerge la sombra de la duda: ¿hasta qué punto a Aitana le genera recelo la presencia de Nadia por las sospechas que le suscita, y hasta dónde ve peligrar un estatus dentro del orden familiar? Crespo y Romera tiñen el desarrollo del film con esos pequeños momentos que pudieran parecer baladíes, pero que no obstante dibujan un panorama mucho más oscuro del que se pudiera presagiar, haciendo de cada pequeño choque una muesca más en el transcurso de un relato que se va envenenando hasta el punto de que el hermano de Aitana, el personaje más aparentemente ingenuo, termine lanzando chascarrillos a modo de sorna acerca de los invitados que recibirán en casa sus progenitores.
Se produce, a través de todo esto, una estridencia que trasluce a raíz de las distintas situaciones que se van sucediendo, así como de una modulación tonal que se mueve entre el cine de género más puro las veces para albergar apuntes cómicos e incluso una intriga, la que suscitará esa misteriosa cena, y que otorga a Tú no eres yo un carácter desigual que, no obstante, parece maridar bastante acertadamente con la constitución de esos vaivenes, de esas (las veces) enrarecidas atmósferas. Estamos, en ese sentido, ante un film que se comporta como una pieza de género en el sentido más genuino de la palabra, albergando un clímax final donde no todo se dirime en la carta del presumible giro final —en cierta manera predecible, todo sea dicho—, encontrando además tanto en determinados elementos de la puesta en escena como en el modo de manejar esa locura de una forma consensuada, sin que derive en un exceso por el exceso, los ingredientes necesarios para hacer de este debut una aportación de lo más pertinente: de esas que saben tocar las teclas adecuadas en el momento preciso, suscitan estampas que trasladan el mal rollo e inquietud pertinentes y, en un terreno ya conocido, se rigen con la virtud conveniente como para que no todo parezca otro de tantos ‹déjà vu›’s.
Larga vida a la nueva carne.