Las expectativas para la nueva película de Cesc Gay en el Festival de San Sebastián fueron inmensas por parte de la mayoría de los asistentes. Una vez finalizado el Zinemaldia 2015, y con el palmarés más que conocido (y reconocido), tenemos claro que no nos equivocábamos. El director de Hotel Room y de Una pistola en cada mano nos trae, posiblemente, su trabajo más cautivador hasta la fecha. Nos regala, además, las interpretaciones ganadoras de la Concha de Plata ex aequo, de la mano de Ricardo Darín y Javier Cámara. Y es que Cesc Gay ha entrado en el olimpo del cine, por fin, con Truman, título que se nutre a raíz del nombre del perro, que aunque su aparición no es tan relevante, el director comentó su elección simplemente “para despistar”.
Esta película de ámbito nacional con coproducción argentina trata sobre la convivencia con el cáncer. Varias cintas presentadas en el Festival tuvieron como eje central esta temática, sin embargo, Truman destaca por su manera de introducir dicha enfermedad en un plano fijo, siempre presente, que la burla, la comedia y la amistad tratan de apartar. Darín interpreta a un hombre con actitud decidida y con una independencia desmedida, el cual está fuertemente unido a la relación con su perro. En vistas del futuro que le espera a corto plazo decide tener presente durante unos cuantos días a uno de sus mejores amigos de la infancia, quien será interpretado por uno de nuestros mejores y carismáticos actores patrios, Javier Cámara. Tal y como se presenta el filme podríamos estar hablando de un melodrama al cual acudir al cine para dar rienda suelta a nuestra llorera. No obstante, Cesc Gay consigue con maestría congeniar y unificar el drama que supone semejante enfermedad con la comedia, algo que un servidor cada vez observa que es más complicado de realizar, ya que estamos acostumbrados a ensalzar unas interpretaciones con una carga trágica en contraposición con la comedia, pues la sensación en el espectador es totalmente diferente. Pero en Truman la mezcla es equitativa. Instantes inevitables en el momento en que uno mismo debe elegir su propio ataúd o la imposibilidad de pasar un rato agradable tomando unas cañas con sus allegados echando la vista a un lado como si el cuentakilómetros de la vida no estuviese avanzando a pasos agigantados son los ideales intencionados que el papel de Ricardo Darín debe hacer frente, aun llevando a cuestas el azar de la vida.
El melodrama y la melancolía expuesta pasa, en mayor parte, a través de la intuición y la imaginación. No estamos hablando de una cinta en la que el sufrimiento del protagonista sea explícito, simplemente lo intuimos debido a sus planteamientos sobre la finitud de la vida, sobre la mortalidad del propio individuo y la toma de decisiones que perdurarán en aquellos seres queridos que permanecerán en tierra cuando uno sólo esté de cuerpo presente. Debido a las magníficas interpretaciones el argumento se ensalza, pues si no fuese por el tándem creado a raíz de los dos protagonistas quizás ahora estaríamos hablando de una película que poco perduraría en el recuerdo cinematográfico hispano.
Tras su visionado la sensación es extraña. Truman no intenta despertar en el espectador una nueva manera de afrontar los momentos duros, tal vez resulte un tanto idealista y utópico, sin embargo da pie a pensar fervientemente sobre cómo deberíamos llevar el trascurso de la vida si estuviésemos preparados y desafiásemos a la muerte como algo que a todos nos llegará tarde o temprano sin avisar. De este modo Truman se convierte en una película completa en todo su conjunto, con un humor fino e inteligente que vale la pena disfrutar, a pesar de la carga dramática que supone en su esencia.