Ser Kate tiene sus desventajas. La tristeza tiene un poder un tanto persuasivo cuando no se tiene claro qué, cuándo o cómo se quiere vivir en algún momento de tu existencia. Todo anodino, todo gris, todo olvidable. Madrugar, trabajar, aguantar imperceptibles pero afilados comentarios de otros. La rutina incómoda.
Ser Blond tiene sus desventajas. O todas.
Cruzar a Kate y a Blond es humedecer con combustible una mecha muy corta. Fuego, a raudales y luego, ¿qué?
La rutina de Kate es solo el primer síntoma que rompe las ensoñaciones de True Things, un drama de supervivencia, un toque de atención para plantear lo idóneo que es revolucionar el minúsculo universo de sus protagonistas. El intrusismo de un extraño en la vida de una mujer a la que cualquiera señala con el dedo (incluso ella misma) por estar perdiendo su toque para avanzar en el mundo laboral y las relaciones interpersonales. Madurar, o soportar el día a día. Para ello Wootliff va “sintomatizando” a través de sus imágenes las sensaciones que oprimen o vibran en Kate. Vemos cuando se siente acorralada cómo la cámara se coloca sobre ella, cerca, cómo presenciamos a través de sencillos símiles su encierro, su búsqueda de escape sin tener claro querer hacerlo.
Su arma, un humor negro que respalda cada micro error que resaltan a su alrededor, que la arroja a coquetear con lo prohibido que se planta frente a ella. Un hombre rubio, de aspecto rudo y que actúa según el momento, alguien capaz de encumbrar o destruir a una mujer con personalidad, sí, pero anulada por las circunstancias.
La mecha prende, el idilio crece y la mente de Kate activa todos sus mecanismos.
Pudiendo narrar una historia de mujer seducida falsamente por un crápula, True Things se aposenta en algo más íntimo y empequeñecedor, muy vital y a la vez muy visual. Kate no es perfecta y por ello fluye a través de este enganche instantáneo por el tipo malo arrastrando todos los miedos, prejuicios e inseguridades que la representan. No es tanto un retrato de una mujer perdida, aquí la fuerza recae en perderse y no querer saber encontrarse.
Mientras su protagonista se deja llevar en los pocos instantes que el caballero luce armadura y se asfixia en todos los que la devuelven a su posición autoimpuesta de no ser alguien en particular. Nos permite ver cómo puede flotar, destruirse y recomponer sus pedazos al buscar para ella una evolución circular, capaz de poner límites a la dependencia. Hay cierta chispa en la mirada de Ruth Wilson que no permite creer de todo en la desgracia ajena (o en la propia si nos sentimos en algún momento frente a un espejo).
Lo de Kate y Blond se resume fácilmente mirando sus zapatos. Puede que sea por tratarse de la adaptación de una novela, pero nos obligan a mirar sus pies y mientras él espeta su opinión sobre la idoneidad de unos u otros, ella se fija en los pies de los demás, duda de lo que lleva puesto o se aferra a su originalidad. Un refuerzo a la toxicidad que emanan juntos y separados, en una especie de baile donde él improvisa según la necesidad y ella se agarra con fuerza al misterio que no consigue en su día a día.
Me vale aquello de madurar tarde, a hostias, pero consiguiendo despertar. La directora se encariña en cierto modo de su personaje principal y acepta que la dignidad asome en algún momento, porque de Kate seguimos una evolución, contrariada en algún momento, pero del rubio solo recibimos un catálogo que podría resumir todos los errores mundanos asimilados en cualquier relación extravagante y obscena (para eso de la salud mental). Tom Burke consigue que creamos su voluble y pasmante trayectoria, la adicción a la que se aferra su compañera, la realidad paralela donde sus perturbadores cambios de humor son posibles. El romántico, el cerdo, el agotador tipo que se adora a sí mismo y poco más.
Así, en imágenes, Kate resplandece en sus ensoñaciones, en el sexo, en un día luminoso. Kate siente la habitación derrumbándose cuando su ánimo se viene definitivamente abajo. Kate agarra un sandwich y determina que merece un lugar donde comerlo. True Things convierte en real, visible, cualquier sentimiento que experimente su protagonista, sin necesidad de palabrerías o grandes motivaciones, creando un nuevo diálogo con el espectador, fomentando algo más que empatía, forzando la inestabilidad personal y de la cámara, bailando con la misma o desenfocando un futuro incierto. Un retrato en femenino que desea mostrar más allá de su historia, que puesta por sentir, y que en ocasiones lo consigue.
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