Torrente de posthumor
El sueco Ruben Östlund, entre largos y cortos, nos ha obsequiado con algunas de las piezas más interesantes del cine de Europa del norte. Para un espectador no iniciado, empezar a recorrer su trayectoria a partir de Incident By a Bank (2010) es un modo propicio para conocer algunas de sus virtudes, como es la gran conciencia de escena. Se trata de un cortometraje de apenas 11 minutos que confía plenamente en la puesta en cuadro, mientras el cineasta se ubica a una distancia considerable de los hechos que vemos en pantalla. La secuencia, encarada magistralmente desde el sonido, muestra el asalto a un banco captado por dos camarógrafos, lo que refleja un deseo de repensar el lenguaje desde una mirada en construcción y desprovista de amaneramientos. En ese sentido, parece como si devolviese al espectador a un modo de representación primitivo, pero desde un prisma muy revoltoso, como expondría en The Square siete años después. Esta delirante película, salpicada de sátira mordaz, obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes en 2017, y sin duda aludimos a un filme atravesado por una comedia negrísima que para nada busca la complacencia del espectador. Más bien lo contrario, pide a gritos que reaccione a la defensiva, manejando la ofensa y la rabia, y con más razón en los tiempos de los moralismos y la corrección política. Östlund demostró que se siente cómodo como un creador de gags y secuencias independientes que no necesitan responder a la lógica de un film bien conjuntado, gracias al discurso que creó sobre el cinismo, la hipocresía y la frivolidad que se apoderan constantemente del mundo del arte.
Hablar de Triangle of Sadness significa hablar de cine enrabiado, histriónico y hasta cierto punto gratuito, muy en la línea de su última entrega. El director no deja de lado sus tenazas cáusticas para presentar un engranaje de situaciones diferentes, que se deslizan por la película levantando ampollas en el amplio y glamuroso universo de la moda. Curiosas pero no casuales las ironías que nos rodean, pues esta cinta forma parte de la sección oficial de esta nueva edición del certamen ‹cannois›, uno de los eventos más lujosos y opulentos de la industria del cine. En el film seguimos a Carl y Yaya, una pareja de modelos e ‹influencers› invitados a una fiesta en un yate de lujo. No obstante, cuando parece que todas las atenciones están garantizadas y que será una velada normal y corriente, el curso de los acontecimientos toma un giro imprevisible.
El versátil Woody Harrelson se mueve por los torrentes de la película entre la ebriedad y la cordura, cual agente que supervisa a los personajes pero se descuida de sus funciones. De hecho, él es el capitán de la embarcación, que termina encontrando a un pintoresco aliado para desarrollar su personalidad.
Triangle of Sadness no deja títere con cabeza y va dando bandazos a diestro y siniestro contra las clases más acomodadas. Los recursos de Östlund se basan en estirar las bromas hasta la extenuación, sin necesidad de recurrir al flujo cómico del ‹slapstick› o el burlesco. Las situaciones son extrovertidas, directas, escupidas al espectador como fragmentos de realidad bruta.
Si Jean Renoir satirizaba el comportamiento burgués a través de una puesta en escena teatral que revelaba capas de realidad más complejas y Woody Allen echaba mano del ingenio para dejar en ridículo a sus personajes por medio del guión y el gesto actoral, en el caso de Ruben Östlund las constantes son más explosivas, hasta cierto punto parece que la forma y el empaquetado sean lo único importante. Para el realizador los planos y su composición visual son esenciales, asunto que choca con el sentido clásico de la comedia, basado en el movimiento, en lo visible y lo no visible, en lo imprevisible o en la acción simultánea.
Dos de los que a juicio de este redactor son de los mejores momentos de la cinta se producen cuando el capitán se sirve para cenar una hamburguesa con patatas, en contraposición a la finísima cocina de a bordo, o cuando un personaje se acerca a un cadáver —sin spoilers del contexto— para quedarse con las joyas que lleva puestas, haciendo dialogar compasión y codicia. Más allá de estos puntos, Triangle of Sadness debe ser vista y tenida en cuenta, pues está destinada a romper tabúes y a devenir una experiencia de confrontación para el público, que deberá repensar dónde residen los límites y las carencias del humor y su (anti)representación en las imágenes.