Paul Dédalus va a regresar a su país natal, Francia, tras una larga estancia en el extranjero. Pero en la frontera le espera un serio contratiempo: las autoridades le acusan de espionaje. ¿La prueba? Un pasaporte de identidad a su nombre y firma que muestra que realizó un viaje a Israel hace muchos años. Semejante situación solo puede ser resuelta mediante el uso de la verdad, por lo que Dédalus comenzará a relatar a los agentes una gran parte de su vida, toda ella focalizada en una esplendorosa y mágica juventud.
Arnaud Desplechin vuelve a echar mano de su álter-ego Paul Dédalus para elaborar una cinta autobiográfica sobre su época juvenil. Tres recuerdos de mi juventud (Trois souvenirs de ma jeunesse) hace honor a su nombre y divide su narración en tres etapas, aunque estas presentan varias dificultades a la hora de diferenciarse por el inequívoco patrón común que siguen. El director de Comment je me suis disputé… ma vie sexuelle (precisamente considerada por algunos como una precuela de Tres recuerdos de mi juventud) o Esther Kahn culmina aquí la que seguramente sea su película más reconocida hasta el momento, cosechando muchas alabanzas en la penúltima edición de Cannes y llevándose el César a la mejor dirección en 2015.
Con un ritmo vertiginoso al principio, Desplechin ya deja claro que la narración en el tiempo presente solo es una excusa para presentar la verdadera historia. El cineasta parece despreciar al espectador paciente y, en apenas tres brochazos, transita de situarnos a Paul Dédalus en su último tango en Tayikistán a, ya en manos de los agentes, vernos envueltos en el primer flash-back de la cinta. Aquí es donde comienza realmente Tres recuerdos de mi juventud, cuando vemos a un Dédalus bisoño dando tumbos de un lado a otro. Se ha citado al mito de Antoine Doinel para compararlo con este personaje sobre todo por sus respectivos hogares turbulentos y un carácter rebelde. Pero lo cierto es que, además de la evidente diferencia de edad (y consecuentemente, de motivaciones) el joven que Desplechin pone aquí en liza es un tipo que, pese a no resultar tan carismático como el que describió Truffaut, sí goza de una construcción más completa: interesado por la arqueología, metido en embrollos políticos, figura reconocida por toda Roubaix… Y locamente enamorado de Esther. Una mujer que, evidente belleza a un lado, guarda en su interior una deslumbrante personalidad.
De este hilo romántico es del que va tirando Desplechin para seguir progresando a través de las andanzas de Paul Dédalus. Con una mezcla atractiva de géneros (las secuencias de la URSS poseen un pequeño pero atractivo aroma a thriller), Tres recuerdos de mi juventud se convierte en una película cuyo visionado es más que agradable, al ofrecer un relato magnético y con una inconfundible atmósfera retro. Más mejorable es el ritmo general de la cinta, bastante mermado por la propia estructura del film, que explora personajes, subtramas y contextos adicionales a los de la línea narrativa principal. Una característica inextricable pero que refleja la esencia misma de la obra, al ser la juventud un período de continuos bandazos y fogosidad.
Aunque los pecados del principio del film puedan ser condonados por la propia superfluidad que otorga Desplechin al tiempo actual, no ocurre lo mismo con un flojo desenlace. Sin embargo, lo mucho que hay entre medias (dos horas de duración, recordemos) presenta una calidad lo suficientemente notoria como para convertir a Tres recuerdos de mi juventud en una película más que recomendable. No es fácil saber transportarnos a un período tan especial en la vida de casi cualquier ser humano sin utilizar recursos facilotes o trampas emotivas, pero Desplechin lo ha conseguido hacer a través de un trabajo tan personal en su creación como universal en su trasfondo.