Nanni Moretti orquesta una ingeniosa pieza coral que se entrega absolutamente a la complejidad de los dramas humanos. En Tres pisos conviven tres historias repletas de dificultades inherentes a la vida y su devenir, encarnadas por personajes próximos y sobrios. Sin embargo, su tratamiento es, en ocasiones, excesivo; generando un contraste que desequilibra la propuesta.
Hay un abuso frecuente de la música, cuyo carácter melancólico e inocente impone un tono indiscretamente intenso. Al combinarse con los enrevesados sucesos de la película se genera una dinámica un tanto telenovelesca: unos personajes que tratan de contenerse en el universo de lo real, pero que son maniobrados mediante un código que no lo es en absoluto. Es un recurso que, en ocasiones, puede ser muy efectivo; sin embargo, en Tres pisos, se pierde el control de estas intervenciones y el metraje queda entorpecido por momentos sensacionalistas que no le hacen ningún favor. Es desconcertante ver a Lucio —personaje interpretado por Riccardo Scamarcio— arrancar a llorar al confirmarse sus sospechas de que algo le pasa a su hija mientras la observa ensimismada a través de la ventana. Es una escena sumamente teatral, artificiosa y poco elegante, que irrumpe en la película bruscamente. Al final del metraje ocurre algo similar: Monica —a quien da vida Alba Rohrwacher— reaparece tras escaparse aleatoriamente como si de un fantasma se tratase; solo la ve su hija, que sonríe sin decir ni nada. De nuevo es un instante extraño que juguetea innecesariamente con la idea de que ella también está loca y que, además, no corresponde al universo que hemos aceptado con anterioridad.
A pesar de sus mecanismos incompatibles, el guión posee un gran potencial y crea tres vínculos paradójicos entre los personajes de lo más ocurrentes. Sus historias se vuelven sobre si mismas como si de lecciones se tratase: un padre teme que la inocencia de su hija haya sido pervertida, pero desvirga a una chica menor que él; un chico borracho mata a una mujer durante una peligrosa e irresponsable conducción, pero sus padres —ambos abogados — no pueden y no quieren liberarlo de su condena; una mujer tremendamente sola teme volverse loca como su madre y, movida por ese temor, engaña a la única persona que vela por ella.
Las situaciones esclarecidas anteriormente están hábilmente elaboradas y en su desenlace resuena un gran idealismo. Todas ellas se solventan y se reconducen hacia un futuro esperanzador donde el paso del tiempo es crucial para sanar y construir sobre el pasado; de hecho, dos elipsis de cinco años dividen y propulsan la película en ese sentido.
En definitiva, es un trabajo correcto, que ni maravilla ni disgusta.