Hay dos maneras de leer un film como Tres. Por un lado rindiéndose a la contemplación, casi científica, del artificio cinematográfico y su precisión a la hora de manipularlo en pantalla. Por otra, penetrando en su drama íntimo que, más que versar sobre la soledad, nos habla de la desconexión con el mundo que rodea a la protagonista. Pero lo verdaderamente importante del film de Juanjo Giménez no está en ninguna de estas dos vertientes, sino en la suma de ambas. En cómo se consigue integrar y utilizar un recurso como el sonido para convertirlo en el motor dramático y definitorio de lo acaecido.
Lo meritorio no radica tanto en la originalidad de la propuesta (que también) sino en la forma compleja que adopta, a pesar de su aparente sencillez en la puesta en escena, que permite vivir de forma completamente orgánica la sensación que tiene la protagonista, y que todos hemos sentido más de una vez, de estar desconectada del mundo, de estar, en sus palabras “fuera de sincro”. El drama pues, no radica solo en la angustia de ese problema de audición, aunque de pie a dos de las escenas más bellas del cine español de los últimos años, sino que escala hacia un thriller minimalista con secretos familiares por descubrir.
Tres se articula sobre el juego del sonido como reflejo del estado emocional de su protagonista (una excelente Marta Nieto) y reverberando también en el tono global del film. Una película que, como ella, resulta cautivadora y enigmática desde esa sequedad silenciosa, ese enigma múltiple de sentimientos, del que solo vemos destellos y que evoluciona a medida que la complejidad de su desincronía auditiva va en aumento. Lo interesante, sin embargo, es el espacio que el ‹delay› deja para que el silencio sea, en realidad, el auténtico eje vertebrador, de la evolución dramática. El retraso en la percepción del sonido permite crear un lugar, casi fuera del tiempo donde permite la reflexión, el autoanálisis, la liberación emocional.
Puede parecer sencillo, pero mantener esta dinámica durante todo el film, y no reducirlo a un trampantojo formal requiere de inteligencia y voluntad para el riesgo. Y, sobre todo, no ceder a la tentación del atajo o de hacerse trampas al solitario con el discurso. En este sentido, Giménez consigue mantener la propuesta hasta las últimas consecuencias, evolucionando en el tono a la vez que lo hace la trama, pero sin saltarse en ningún momento el juego que propone.
Así pues, Tres no solo es una de las propuestas más estimulantes, bellas y arriesgadas de los últimos tiempos, sino que consigue ser un ejercicio que va más allá del despliegue y exhibición de lo formal. Un film que es coherente, sólido y sí, arriesgado pero que consigue una conexión emocional inusitada dada su apariencia de mero ejercicio de estilo. Una percepción en la que no deberíamos quedarnos estancados. Ya que, aunque su juego formal es ciertamente espectacular, hay que dejarse llevar por la trascendencia de lo que hay detrás de ello que no es otra cosa que una invitación, por cierto nada ñoña, al autodescubrimiento, a hacer un viaje al corazón sincero, desnudo y optimista.