Tiene cierta gracia que algunos directores consigan convertir sus documentales en algo totalmente insólito. Hay referencias de realidad, personajes que estuvieron allí, pero aún así todo lo que sucede en pantalla tiene un aire pesado de incredulidad que nuestras cabezas solo pueden rendirse a la evidencia de que «la realidad siempre supera la ficción».
En los últimos años nos hemos cruzado con un buen puñado de documentales en los que la ignorancia absoluta del espectador podía resultar la mejor estrategia con la que acercarse a los mismos. Sin duda Tres idénticos desconocidos gana cuanto menos se conoce de sus intenciones, pero es difícil resistirse a opinar. Si nos fijamos en el año 2012, dos trabajos nos llevaron de cabeza; Malik Bendjelloul nos narraba con Searching for Sugar Man el ideal de héroe desconocido en su hogar que era venerado en el terreno más improbable, con un mensaje positivo que nos dejó marcado el nombre (y la música) de Sixto Rodríguez. El británico Bart Layton consiguió el efecto contrario, cabrear al personal con El impostor, un trabajo más cercano al thriller que, desde una amable historia de reencuentros nos transportaba por intrincados caminos y giros locos hacia una situación en la que ya dudabas si era el ojo el que engañaba a la mente o es el mundo el que desordena nuestra capacidad de comprensión. Ambos ejercicios de estilo que sacaron del relato anecdótico dos películas difíciles de olvidar.
Muy afín al positivismo inicial de Bendjelloul y con el mismo atrevimiento para manipular el ritmo que mostraba Layton, Tim Wardle ha construido con Tres idénticos desconocidos el documental perfecto, porque equilibra las herramientas básicas de todo documental testimonial con unos sucesos que enganchan más allá de su, en apariencia, inocente premisa. A estas alturas todos conocemos la parte en la que, por casualidad, tres personas hasta entonces únicas en su entorno descubrieron que llegaron a este mundo como trillizos y que el paso del tiempo y el desconocimiento de su pasado no había alterado sus similitudes. Tres gotas de agua (que queda incluso más contundente que dos). Desde un inicio alegre y festivo en el que se recrea con testimonios y actores esas primeras horas, Wardle consigue que empaticemos con tres muchachos que se convirtieron en los niños bonitos de la opinión pública.
Este es solo uno de los matices que domina Tres idénticos desconocidos, porque siempre hay algo que rascar en toda buena historia, y ya sabemos que las profundidades siempre son oscuras y esconden lo imposible. Pronto aparecen los tonos conspiradores, los reflexivos y los cuestionables para desvelar preguntas muy compactas sobre temas inabarcables. El director dosifica su crónica —prepara el terreno cuando es necesario un silencio, aviva la imagen con música reconocible— y no pierde en ningún momento el hilo inicial, pero no desaprovecha la oportunidad para hacernos partícipes, desde el montaje, de los aterradores descubrimientos a los que nos enfrentamos los humanos de vez en cuando.
Un trabajo de curvas trazadas con inteligencia, que mantiene el interés en cada trama, capaz de empatizar y sofocar ilusiones cual incendio, transmitiendo dudas y emociones en todo momento. Sin duda Tres idénticos desconocidos captará adeptos para el género documental entre los más escépticos, y resultará una delicia para los más conspiranoicos.