Transatlantique (Félix Dufour-Laperrière)

Transatlantique-1

Un barco navega a lo largo y ancho del mar en Transatlantique. A través de una fotografía en blanco y negro, somos capaces de ver lo que sucede por dentro y por fuera del transatlántico. Pero a lo largo de este documental no vemos a su responsable, un Félix Dufour-Laperrière que se embarcó durante varias semanas en el buque con la idea de transmitir varios aspectos de la vida en este barco. Ideada al principio como una cinta de animación, esta ópera prima supone un verdadero ejercicio ensayístico por parte de su director, que con el uso de diversas herramientas cinematográficas parece querer demostrar todo lo que aprendió en sus estudios sobre el séptimo arte.

El cineasta no sólo planta la cámara en el escenario y deja que las imágenes fluyan, lo cual habría sido también una manera de hacer cine, sino que trata de hurgar entre los pasajes más recónditos tanto del barco como de su tripulación. Así, Dufour-Laperrière trata de acercar un poco las formas de vida de estos hombres que se pasan días y días encerrados a merced del agua. Les vemos en pantalla jugando al cricket, rezando varias plegarias o cantando sus canciones favoritas frente a la pantalla del ordenador. Pero también ofrece tomas externas con el objeto de mostrar la belleza singular de un transatlántico rompiendo las olas del mar, mientras avanza firmemente hacia su destino.

La cinta está plagada de metáforas de principio a fin. Una de ellas tiene que ver con ese rostro femenino que aparece y desaparece de vez en cuando, y que según el propio director tiene que ver con la necesidad de otorgar un punto de vista femenino al relato. Pero la mayoría hacen referencia a la tremenda soledad que debe afrontar la tripulación, perdida en la inmensidad del océano como el mismo hombre está a veces perdido en su vida. Dufour-Laperrière trata esto con cierta distancia emocional y sin querer ser protagonista en ningún momento.

Transatlantique-2

Gran importancia tiene aquí el sonido, a veces infravalorado con respecto a la imagen. Esas tomas del barco surcando las aguas no habrían sido lo mismo en Transatlantique de no ser por la estupenda y realista atmósfera que se genera de manera sonora, lo cual contribuye decisivamente a la intención (o no) del cineasta para introducirnos a los espectadores en el mismo barco donde él estuvo durante infinidad de días. Aunque otro punto decisivo para lograr esta ambientación se enmarca en la ausencia de subtitulado para entender lo que comentan los tripulantes, reforzando esa sensación en el espectador de no aclararse del todo con lo que pasa y dejando el director, por tanto, que la combinación de imagen y sonido sea la que juzgue y sentencie la obra.

En definitiva, lo que Félix Dufour-Laperrière manifiesta con Transatlantique no sólo es amor por el cine (ha confesado que se gastó todo su dinero en realizar este proyecto y que seguramente no pueda volver a hacer más películas) sino, también, una pasión muy grande por el mundo marino. Y, por tanto, seguramente aquellos que tengan un interés especial en esta especialidad podrán asistir a su visionado con un estímulo especial. Es innegable que la cinta es bastante experimental, juega con muchas técnicas para dotar de contenido al conjunto, de tal manera que se pueden sacar muchas conclusiones acerca del cómo y qué pretende transmitirnos el cineasta. Quien esté preparado para invertir 72 minutos de su vida navegando en un transatlántico, queda bienvenido a bordo. Aquellos que se mareen al notar falta de ritmo narrativo, ausencia de un guión definido y de diálogos o no les interese en absoluto lo que se esconde tras las grandes aguas, mejor que se queden en tierra.

Transatlantique-3

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *