Traición comienza fuerte, con un planteamiento portentoso y varios momentos para el recuerdo acerca de la infidelidad que descubre un buen día nuestro protagonista masculino cuando acude a una rutinaria revisión médica; pasando del rechazo a la aceptación para alcanzar una venganza que no logra consumarse en una descomposición irónica de la típica trama a la que parece de inicio abocado la historia. Los personajes parecen metidos en una tragedia griega donde ellos no son más que piezas del devenir y el destino y nunca tienen la última palabra en el relato. A parte de ser un ejercicio de estilo y una vuelta de tuerca a temas como la infidelidad, la venganza o la expiación, es la casualidad y la causalidad donde parece detenerse con cierto sarcasmo el cineasta ruso Kirill Srebrennikov con mejor acierto.
Dividida en dos partes bien diferencias, es la primera donde se encuentran los mejores momentos, con dos personajes grises atrapados en el «affair» que sus respectivas parejas mantienen. Es entonces cuando asistimos a un intento infructuoso de venganza, a la muerte más absurda de los amantes para regocijo de sus dolidas parejas, a una investigación criminal sin asesinos llevada a cabo por una fría policía salida de Twin Peaks, a un intento inútil de expiación cuando no se ha cometido ningún crimen ni nada reprochable, etc. y finalmente, la pareja de no asesinos y no amantes deciden dar la no relación por acabada.
Luego, tras un salto temporal sin elipsis de varios años, el irónico destino los vuelve a cruzar, y está vez, pasan a ser los adúlteros, mostrándonos la otra cara de un relación extra-matrimonial, descubriendo el espectador los mismos pequeños detalles que ellos percibían en sus parejas y que ahora las hacen suyas, para terminar de la misma manera absurda y trágica que en el primer bloque.
Es una lástima que más allá de las causalidades y giros de guión, el resultado quede algo vacío de contenido, a pesar de un tono definido entre el drama y cierta negrura a la hora de detallar la historia que se nos cuenta. Puede que la única palabra que pueda reunir a todo lo visionado es el nombre de su propio título, “traición”, pero uno sale con la sensación que podría haberse llegado más lejos en cuanto a la intención o intenciones del director. Luego, su larga duración de casi dos horas sólo se hace pesado en el segundo bloque, quedando bastante descompensado el mismo.
La atmósfera fría del primer bloque cambia a una más relajada segunda parte y el cineasta ruso rueda al estilo de un hipotético thriller que no llega a consumarse como tal, algo que no le sale mal y que acaba alejando definitivamente la idea preconcebida que hemos adquirido del cine soviético, aunque eso es algo que tendríamos que haber aprendido tras el bueno de Timur Bekmambetov y otros.
Por otro lado, su ritmo puede desquiciar al espectador más impaciente, sin embargo se aleja de ese cine del tedio que tanto nos gusta por esta página.
En conclusión, Traición no es ni mucho menos una mala película y ciertamente es interesante, con muchos logros en cuanto al tono o esa mencionada idea de la causalidad y casualidad, pero no llega a más y aunque tiene momentos para el recuerdo y está rodada llena de detalles que no se deben pasar por alto (la mencionada elipsis o cierto juego al que se someten los espacios), acaba defraudando y situándose en el peor punto de salida para una producción extranjera con escasa exhibición en nuestro país; ni es el cine autoral que se podría esperar ni está enfocado al gran público ávido de cine comercial; queda en tierra de nadie.