Cuando el día se apaga en Bruselas, aparece la luz de aquello que ilumina la noche: el flirteo amoroso. Numerosos hombres y mujeres acuden prestos a sus sitios de confianza para coquetear con una probable media naranja, otros tantos van a la aventura sin conocer a nadie de antemano y hay incluso quienes, más afortunados, ya tienen pareja con la que pasar la velada. Pero no todo brilla bajo la noche belga. Entre ese maremágnum de romances inexplorados, la mayor parte se saldan con rechazo. En ese momento de decepción, puede optarse por tomar las de Villadiego e ir a rumiar las penas al hogar o buscar la asistencia en una copa que, lejos de mostrarse evasiva, siempre se queda a esperar unos labios que se acerquen a su figura.
No resulta fácil aproximarse a Toute une nuit, una obra con la que la realizadora belga Chantal Akerman busca rendir un pequeño tributo al romance nocturno en su Bruselas natal. Prácticamente cada escena se cuenta por una pareja nueva, tríos a veces, que aparecen en pantalla sin que nos haya dado tiempo todavía a asimilar lo que ha sucedido con la secuencia anterior. Porque a Akerman no le importa un amor en concreto; no en vano, el amor es libre y por tanto existe de todas clases y se manifiesta de formas bien distintas. Lo que la cineasta persigue es encontrar un manifiesto conjunto de lo que puede ser el romance, más en su proceso de generación que en su propia explicación, a día de hoy todavía no descifrada ni siquiera por las mentes más brillantes. Al mismo tiempo, la propia Akerman declara sus sentimientos hacia la capital de Bélgica. Bruselas se nos aparece en una perspectiva muy diferente a la que visionamos cuando hacemos turismo o a la que conocemos en fotos. De noche, es una ciudad con su particular magia y que se define, entre otras cosas, por lo que sucede en medio del crepúsculo.
Lo que Akerman lleva a cabo en Toute une nuit es, entonces, la entrega del protagonismo de la película a la ciudad en sí misma. Ese es otro de los motivos por los que los personajes que aparecen en pantalla nos resulten tan anónimos, tan diferentes entre sí pero, a la vez, tan similares cuando se relacionan unos con otros. Por encima de ellos siempre estará Bruselas y el oscuro cielo que domina a esta. El film transcurre exclusivamente durante una misma noche, a través de la que vemos desfilar (o, en ocasiones, simplemente intuimos ver) varias personas que disfrutan de estar cerca de aquel ser humano que les atrae o que sufren a su manera los oscuros designios que, en materia de relaciones, les ha traído la llegada del crepúsculo.
Lejos de poder considerar la obra de Akerman como algo confuso o con poco gancho ante la falta de profundidad en sus personajes, Toute une nuit ve precisamente cómo esos puntos a priori negativos son los que le confieren un sentido propio. La película es confusa, sí, como confusos son los amores que tratan. Los personajes no tienen profundidad alguna, como casi nadie la posee en la vida real cuando resulta desconocido a ojos del resto. El retrato de Akerman no solo es veraz en su planteamiento, sino que además está ejecutado de un modo que encaja con la propuesta, mediante unos planos que revuelven todavía más el ambiente y bajo el prisma de la fotografía difuminada de Caroline Champetier. 36 años después de su estreno, en la entonces aún joven década de los 80, Toute une nuit también puede contar en su haber con la circunstancia de ser perfectamente atemporal.