«Manny, sales y te portas como un viejo amargado. ¡La gente sabe que el mundo es una mierda! Es lo que quiere olvidar».1 Con estas palabras el regente de una sala de variedades insta a un cómico fracasado, bueno y con chispa años atrás, a dejar el local de una vez por todas. El motivo es evidente: el comediante ha dejado de servir como válvula de escape a la gente que acude allí para romper temporalmente con el mecanismo chirriante del día a día. Es en estos términos, en los de la dialéctica entre la comedia y el drama, en los que Maren Ade plantea Toni Erdmann, su última y multipremiada película. Sin llevarlo demasiado cerca de los términos brutos que se derivan del relato de Bukowski en los que la comedia es entendida como un artificio externo a la naturaleza gris del hombre y del que este hace uso en determinadas ocasiones para no sucumbir a la locura, pero sin quedarse demasiado lejos de ellos, la directora alemana construye una historia en la que Winfried, un hombre sencillo en apariencia, decide acercarse a su hija después de un tiempo sin verla. Ante la distancia que ella toma respecto a las relaciones familiares (consecuencia de una personalidad puramente independiente) Winfried decidirá crear un personaje, cuya razón de ser estará basada en la pura broma, para poder hacer emerger en su hija la gracia que alguna vez hubo en ella, pero que ahora ha quedado oculta bajo los mecanismos arrolladores de la vida moderna. Este personaje que intentará reconquistar el amor de su hija mediante el humor al modo de “alguna vez quisiste a tu padre así” recibirá el nombre de Toni Erdmann.
Es de esta confrontación entre vida rutinaria y vida para la comedia de la que se desprende el tema del sentido de la vida. Una mujer que plantea su existencia en torno a la ascensión laboral y un hombre cuyo día a día gira en torno a la broma. Ambos son entendidos como modelos de vida válidos, pero incompletos. Y es en este sentido en el que Maren Ade propone con Toni Erdmann la complejidad de la unión como forma de cubrir los espacios vacíos. Es en este aspecto en el que la directora de Entre nosotros insiste en mostrar su valía en el análisis de la inmensidad de capas que se encuentran tras la apariencia de una pareja de individuos. Y es que, volviendo a la cita inicial, pero yendo un paso más lejos, el empleo de la comedia como agente externo que se introduce en una vida para quebrar su monotonía servirá como motor para que ambos elementos inicien un proceso de autoreflexión llegado un punto vital determinado, y a partir del cual harán emerger rasgos de su ser que, si bien no eran completamente desconocidos, si se encontraban ocultos desde tiempo atrás. Se trata del recuerdo, al fin y al cabo. De revivir el tiempo pasado (volver a la unión familiar desde la pura individualidad, en este caso), ya que, como se dice de manera directa en uno de sus diálogos, somos incapaces de asir el tiempo presente, de manera que siempre tenemos que volver atrás para agarrarlo desde la distancia.
A pesar de este rasgo puramente existencial, Maren Ade se pavonea de su inteligencia abordando grandes preguntas no desde la densidad del intelectual, sino desde la gracia y la frescura del humano que se abre a la vida. Llena de momentos deslumbrantes, que van desde situaciones sexuales hasta la intimidad de un abrazo necesario, Toni Erdmann logrará que el rostro del espectador vaya de la mueca amarga a la sonrisa desmedida, sin saber muy bien cuál de las dos ha de quedarse fijada. La fugacidad de la vida y la repetición del acto están presentes en ella, pero también la risa y el mirar con buenos ojos como actividades que emergen (en muchas ocasiones gracias al amargo y trasnochado comediante de Bukowski o de un padre pasado como Winfried), para poder vivir ese instante genial que supone el choque entre la depresión y la alegría. No podremos apresar el momento por completo, pero sí podremos revivirlo durante las siguientes semanas viendo Toni Erdmann una y otra vez.
1 BUKOWSKI,CH., Tráeme tu amor y otros relatos, Libros del zorro rojo, Barcelona, 2014, p.28.