Together 99 (Lukas Moodysson)

Desde hace unos meses, me viene a la mente con cierta frecuencia el reencuentro que tuvo lugar este verano con unas amistades que hice hace más de 15 años (y a las que he ido viendo como una vez cada x tiempo no más de una hora desde entonces). Destaco este paréntesis como ‹disclaimer› porque la visión de las personas cambia mucho cuando toca convivir con ellas en lugar de simplemente estar un rato. Este reencuentro fue de varios días en un solo lugar y en él fueron apareciendo elementos que nos distanciaron de la realidad que conocíamos hasta esos días. En primer lugar, porque, aunque parezca que no, está claro que las personas cambiamos. No solo porque 15 años después algunos tengan hijos, otros desarrollen relaciones de pareja simbióticas o porque la visión general de la vida cambie y con ello la posición de muchas otras cosas. Hay una cuestión de fondo más allá de la otredad (lo que se quemó en París) dentro de la propia comunidad, más allá de darte cuenta de que ya no encajas entre quienes eran tus amigos, o de que no encajas igual con todos ellos. Y la hay porque, al menos en ese caso, sigue quedando el cariño y un periodo de tiempo bonito en el que fuisteis algo juntos (aunque yo personalmente no sea muy fan de la nostalgia). La cuestión realmente triste, o así la sentí yo en ese momento, es que me aburrí como una ostra y no es lo habitual. ¡Qué sensación de intrascendencia, de vacío, de agotamiento mental! ¡Qué avance aplastante del cinismo, de monólogos que era mejor no contestar y de reflexiones que copiaban las que ellos mismos criticaban cuando las hacían las generaciones anteriores a la nuestra!

El paso del tiempo es lo que tiene y en cierto modo seguro que nada de lo que viví esos días de verano fue sorprendente o nuevo en general. Parte de la vida, nada más. Pero puede que el auge de las redes sociales haya dado un paso más allá a la hora de sentir mayor contraste entre lo que uno siente o piensa y lo que al mismo tiempo intenta retratar de cara a los demás. Es decir: toda la vida ha pasado que una pareja parecía perfecta y cuando han roto se ha sabido que la cosa hacía aguas desde casi siempre, pero parece que la exposición y las contradicciones han ido en aumento. Más allá de aquel reencuentro veraniego que me va a servir de introducción para Together 99 (secuela estrenada 24 años después de Juntos), tengo la impresión de que, en casi cualquier interacción social “no obligada” hay una especie de imitación a la vida, por decirlo así, que en ocasiones afecta a lo que hacemos por lo que queremos mostrar. Imitación a la vida no tanto como la abordaba Douglas Sirk en su película de 1959 (sobre la discriminación racial), sino más bien como lo hacía R.E.M. en su canción de 2001. La importancia de la representación en nuestras vidas y de las percepciones de los demás. De la validación externa, la búsqueda de aceptación y de pertenencia. Cualquier cosa que nos haga sentir que estamos llevando la mejor manera de vivir posible. O, reduciéndolo a las redes sociales, la cantidad de fotos y vídeos que muestran a unas personas pasándolo mucho mejor de lo que lo pasaron de verdad aquel día. ¿Hasta qué punto esas fotos que nos hicimos van a borrar con el tiempo el recuerdo de la realidad de esos instantes que vivimos?

Como dije en un momento dado del párrafo anterior, a modo de aguja en un pajar mental, todo aquello viene a cuento de Together 99, película que supone el reencuentro de la mayoría de los personajes que en el año 2000 protagonizaron la ya mencionada Juntos, donde se contaba la historia de un grupo de jóvenes y no tan jóvenes que convivían en una suerte de comuna en el año 1975 (la película empezaba con el anuncio radiofónico de la muerte de Franco y se publicitaba como «un revolucionario, dos matrimonios heterosexuales abiertos, tres homosexuales (quizás cuatro), tres niños, dos carnívoros y ocho vegetarianos. Solo hay una manera de que lo logren… juntos»). Aunque hace muchos años que la vi, guardo bastante buen recuerdo de ella y de la mayoría de sus personajes, que retrataban todas las contradicciones que se pueden dar en la convivencia con un humor incisivo de lo más estimulante, donde el cariño por los mismos permitía que el espectador apreciara cada interacción que casi siempre nos llevaba a la reflexión final de que cualquier forma de vida implica incoherencias precisamente por la propia naturaleza humana. En cierto modo, aunque ya digo que me acuerdo más de momentos que del todo, a muchos de los protagonistas les unía en realidad el egoísmo, pero también una necesidad de colaboración y pertenencia que se sustentaba, a su vez, en la presencia de personajes tan buenos que exasperaban por el otro lado, por el provecho que otros les sacaban.

El cine del director sueco Lukas Moodysson, y no solo en estas dos películas, vendría a ser, para mí, como una proyección de nuestro día a día desde la ficción. O, lo que es lo mismo, una imitación a la vida al revés: muestra de todo lo que es rutinario o intrascendente en contraposición a lo que consideramos “vida” o hacemos sin saber si buscamos validación externa. Una representación de lo anodino, del vacío existencial que no se piensa, pero se siente (y por eso no dejas de hacer cosas que ocupen tu mente), de las partes repetitivas de la vida que se entienden como pérdida del tiempo. Como si el propio Moodysson quisiera demostrar que de esa circunstancia también sale “vida”. Lo cierto es que su carrera es lo suficientemente amplia como para reducirlo solo a dichos momentos y tampoco es mi intención simplificarla. En realidad, el sueco también recoge los contrastes que se reflejan a través de los buenos instantes, dando paso a otros mejores o peores, según la ocasión. Es un director al que le encargaría rodar esas cenas con amigos que te acaban agotando por desinterés, esas noches de fiesta que no ponen feliz a nadie del círculo creado en el ‹pub›, pero de cuyas fotos nadie sacaría dicha conclusión, y al que le pediría mostrar los desplantes cotidianos, los despechos… pero también todas las cosas buenas que nacen de relacionarnos.

Porque Moodysson es inevitablemente sueco (desde el arquetipo), pero en casi toda su filmografía siempre hay hueco para la esperanza en nuestra humanidad. Considerado como uno de los sucesores —por sueco— de Ingmar Bergman (con un estilo muy diferente, eso sí), ha destacado casi siempre al retratar la condición humana desde un realismo algo entrañable, aunque sin muchas concesiones. Suena rimbombante, pero cuando mejor le ha funcionado ha sido cuando ha partido desde lo íntimo y sin demasiadas florituras. Cuando irradia mayor espontaneidad y sinceridad, puede que más fuerte sea el vínculo entre la película y su espectador. De ahí que todavía me acuerde de empezar a ver Fucking Amal (1998) mientras hacía unos deberes para el instituto en el suelo del salón de mi casa, del diálogo entre el padre y la hija adolescente protagonista —solitaria a su pesar— que terminaba con un «pero yo quiero vivir ahora» (si no recuerdo mal), o asocio canciones como Come Give Me Love de Ted Gärdestad, I Want to Know What Love Is de Foreigner, Love Hurts de Nazareth o SOS de ABBA a escenas de su filmografía.

Creo que, dado el argumento de Together 99, ha sido procedente retroceder en el tiempo tanto a nivel cinematográfico como personal. Aunque Moodysson intenta evitar la nostalgia en la medida de lo posible, su última película, estrenada en 2023 en su país, es un reencuentro con su pasado en dos sentidos. En uno, el que afecta a la película, supone el reencuentro de los personajes de la comuna de 1975 24 años después, en 1999. En el otro, más personal, el de todos esos actores (y el propio director) representando a unos personajes que prácticamente rodaron en el año que están representando, pero ahora siendo “viejos”. Una idea quizás algo abstracta, pero que a mí me parece interesante por desconocer hasta qué punto conviven sus experiencias personales con las de la película. Más teniendo en cuenta que el motor inicial para la historia es una verdadera crisis existencial de al menos uno de los personajes —he aquí la nostalgia—, el cual organiza una fiesta de cumpleaños para que todos aquellos que formaron parte de la comuna se vuelvan a ver al menos por un día. Lo que empieza con la lógica alegría que supone volver a ver a gente que has querido, se empieza a torcer a medida que avanza el día y les toca “convivir” de nuevo.

Hasta aquí la nostalgia. Aunque estamos en el año 1999, Moodysson aprovecha la forma de vivir de los dos personajes que aún habitan la “comuna más pequeña del mundo” para que apenas haya constancia de la época en términos físicos, más allá de los rostros envejecidos de los protagonistas y de momentos puntuales en que algún personaje interactúa con el exterior y se ven gorras beisboleras de los New York Yankees puestas con la visera hacia atrás. Al contrario de lo previsible, la película hace uso del resto de elementos disponibles para explicar realmente ese paso del tiempo. Es en el comportamiento de los personajes y en la interacción entre ellos donde se pone de manifiesto el tiempo que ha pasado. No solo por el descreimiento de algunos frente a sus convicciones pasadas, ni por el abandono de unos ideales confrontados con la realidad, también por cómo le ha ido a cada uno desde la última vez que se vieron y por el discurso individualista que ha ido ganando terreno en general o algunos movimientos que supuestamente acabaron tras la disolución de la Unión Soviética y que llevaron a la gente a tener conversaciones menos “políticas” en general. Todo ello sin que cada uno de los personajes que formaron parte de Juntos y Together 99 pierda su esencia, aunque se añaden nuevas capas, caídas del guindo extras y personajes que sirven de alivio cómico mientras notamos la inevitable ausencia de uno de ellos —Michael Nyqvist, fallecido en 2017— y el cambio de actor de otro —Ola Rapace, desconozco el motivo, pero según Lukas Moodysson fue orden del estudio—.

Together 99 no ha dejado, de momento, el mismo poso que dejó en mí su predecesora, aunque ya ha dejado bastante poso, al jugar en la misma liga que Fucking Amal o Juntos en su momento: la identificación con los personajes o con sus interioridades, su ilusión por un futuro y las tensiones personales que existen. Sin embargo, aquí el carisma de los personajes sirve para rellenar esos destellos de genialidad que dieron un toque especial al resto, incluyendo ahí la anterior película de Moodysson, We Are the Best! (2013), o Lilja Forever (2002), seguramente la más recordada de su filmografía y a partir de la cual inició una nueva etapa o paréntesis en su carrera que rehusaba todo instinto amable o complaciente. Ni siquiera el cariño por los personajes es el mismo, aunque es innegable que hay cariño. Lo que ocurre es que todos han cambiado (como el espectador, seguramente), del mismo modo que sigue quedando el humor, pero en distintos trazos. El espíritu de esa comuna imperfecta y llena de contradicciones, aun así, permanece prácticamente intacto, con una visión un poco más triste de la vida que deriva de la edad y de la misma vida, posiblemente, y que se mantiene alegre y todavía fresco por la siempre esperanzada vista puesta en el futuro y en el grupo. También porque creo que el propio Moodysson es consciente de lo bien que se le suele dar mostrar la mente adolescente (eligiendo siempre la rara, eso sí), y por eso aquí incorpora un nuevo personaje para que haga ese papel. No funciona tan bien como en los ejemplos anteriores de su filmografía, pero ayuda a cerrar con un lacito esta nueva etapa existencial de las personas que nos encontramos en el año 2000 (o cuando sea que vimos Juntos), que se sienten un poco solas a veces y que encuentran el apoyo emocional que necesitan incluso entre quienes menos se podía prever.

Creo que mis amistades veraniegas de hace 15 años quieren convertir en tradición estos reencuentros (al menos no paran de hablar de ello por el grupo que creamos). Mientras decido qué es lo que quiero y qué hago, y teniendo en cuenta que la edad media de los protagonistas de Together 99 está en torno a los 50 y aún nos queda un poco para llegar ahí, solo espero que la edad no nos convierta en seres molestos, cínicos e insufribles y volvamos a la idea de que era mejor ser personas encantadoras y agradables y en absoluto deprimentes y donde frases como “yo no veo la tele, solo me informo por Facebook” no se digan desde una superioridad moral que nace de retroalimentarte cada día (aunque es una frase que me encantaría ver en la secuela Together 2023 que no creo que se llegue a hacer).

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