El cine ha abordado en numerosas ocasiones el tema de la ocupación de Palestina y del conflicto árabe-israelí, pero pocas veces lo ha hecho desde una perspectiva abiertamente cómica, con toda seguridad porque hablamos de un problema de tal magnitud y gravedad, tan vigente y tan enquistado en aquel territorio y con tan pocas expectativas de solventarse a corto plazo (y aun a largo), que cuesta enfocarlo desde otro punto de vista que no sea el dramático. Sin embargo, el director Sameh Zoabi se atreve con una visión ligera y decididamente cómica, sin perder de vista la trascendencia del fondo sobre el que pivota la narración, y ese es el mayor aliciente de la película, su entramado argumental tan ocurrente como divertido, en el que la ficción de una telenovela al uso se convierte en el espejo sobre el que acaba reflejándose la tormentosa relación que mantienen israelíes y palestinos.
Con visos de sátira que nunca alcanza cotas sulfurosas, pero asimismo con la perspicacia e inteligencia suficientes como para identificar y exponer los entresijos políticos y culturales sobre los que se yergue el conflicto, Zoabi desarrolla una trama de enredos a la vieja usanza, en la que cabe también la comedia romántica de tono amable, libre de almíbar, sin que esto merme su eficacia como artefacto político capaz de poner en claro (como si hiciera falta) el punto de no retorno al que ha llegado la situación allí, después de décadas de dolor y sufrimiento y de un presente marcado por la opresión de unos y la fortaleza e impunidad de otros. La película no rehúye la realidad y su mirada, en última instancia, no puede ser más que pesimista en lo que atañe al porvenir, pero eso no impide que prime una visión conciliadora, dialogante, que no niega la humanidad de ninguno de los dos bandos, pero que tampoco se pliega a una vergonzosa e irresponsable equidistancia.
Por lo demás, Todo pasa en Tel Aviv funciona, aparte de por la ocurrencia de su guion, por el buen ritmo que le sabe aportar su director y por su tono cercano, sin estridencias, en el que el peligro de caricaturizar a los personajes (que estaba ahí y era muy real) se evita sin mayores inconvenientes, gracias también a un reparto entonado en el que sobresale la interpretación de Kais Nashef como tipo corriente y vulnerable sobreponiéndose a los enredos que se van interponiendo en su camino. Destacable es también la forma en la que el lenguaje grueso y sensiblero de las telenovelas permite testar el sentir de un país y desnudar los prejuicios de la población (de una y otra parte), planteando, de paso, el carácter ético de toda ficción, que puede camuflar la realidad, pero no negarla o tergiversarla, si quiere mantener cierta legitimidad, cierta honradez.
Recomendamos, pues, esta pequeña coproducción belga-franco-israelí para quien quiera tanto disfrutar de una comedia de enredo divertida y levemente sofisticada, como para quien quiera ver cómo andan las cosas por allí sin exponerse por ello al dramatismo y la tragedia que suelen teñir todas las películas vinculadas a este conflicto. Probablemente no descubran nada que no sepan ya, no es esa la intención de sus responsables, pero disfrutarán de algo más de hora y media de cine ágil, ameno e inteligente, rasgos que hacen de Todo pasa en Tel Aviv una de las comedias más gratas y afortunadas que servidor haya podido ver en los últimos meses (lo cual ya es mucho decir).