Todo lo que no sé (Ana Lambarri)

La fórmula de supervivencia “sota, caballo, rey” no es la más emocionante, pero sí la más expandida. Ana Lambarri coge la historia de una treintañera media y la convierte en una oleada de sensaciones en las que anclar un drama sobre quién soy y quién deseo ser. El retrato del estatismo que formula Todo lo que no sé va quebrándose en pequeños fragmentos al descubrir una película llena de personajes carismáticos que esconden mucho más de lo que exponen, solventando los problemas a base de echar tierra sobre ellos. Su protagonista, Laura, quiere salir de ese círculo vicioso… ¿lo conseguirá?

Todo lo que no sé está llena de buenas intenciones escondidas tras una capa de autocompasión. No es buscada, es más bien consecuencia directa de focalizar un personaje en sus horas más bajas intentando encontrarle un sentido al bucle en el que sobrevive. Laura inicia este viaje en un lugar ajeno, un escenario roto que le va a dar sentido al resto del relato que pasa a ser otra de esas personas de treinta y muchos en un trabajo precario para el que está sobrecualificada sin posibilidades de llegar a fin de mes y envuelta en la desidia familiar, en esta ocasión exclusiva, con la enfermedad terminal de su padre. Dentro de este panorama, Lambarri perfila con sumo cuidado todos los detalles que conforman la personalidad de Laura, demostrando que una historia que busca salir de un pozo muy profundo puede estar protagonizada por un personaje imperfecto, a veces irritante, que tal vez no sea capaz de encontrar esa salida, y funcionar como mensaje positivo.

La película sigue el proceso en el que Laura, durante tres años, baila una peligrosa danza con esa gran idea que todo su entorno sabe que abandonó una vez y no esperan que saque algo productivo de ella. Más afín a la sintomatología con la que se expresa Laura que al proceso creativo de una persona que intenta solventar sus problemas a través de un programa informático, nos encontramos a la joven interactuando con su pequeño círculo de confianza demostrando que eso de que valemos más por lo que callamos que por lo que hablamos es una falacia insostenible en el tiempo. Laura basa su supervivencia en mentiras, algo que su entorno es capaz de reprocharle pero que es un simple reflejo de aquello que hacen todos los demás. Cada quién en el relato mantiene su imperfección a raya mientras su protagonista va desmoronándose una y otra vez.

Como actriz, para Susana Abaitua es una especie de reto y a la vez regalo en el que, dentro de la contención, debe desarrollar el caos creciente de esta joven. Con pequeñas variantes, la película intenta recrear la imagen de la hija perfecta, la hermana perfecta, la novia perfecta, la amiga perfecta, y fracasar en cada una de esas labores estrepitosamente porque lo que no ha conseguido es ser la Laura que su protagonista desea. La directora nos pasea por el tiempo emplazándonos a fechas definidas donde todo parece repetirse con una versión diferente de Laura, una que siempre acaba al borde del ataque de pánico o del desvanecimiento, una Laura al límite de sus posibilidades, incapaz de cumplir ella misma con el reseteo, el vaciado de información que intenta vender al mundo con ese proyecto inabarcable que quiere sacar adelante. Quizá sin buscarlo, Laura acaba pareciendo una persona déspota que se alimenta de su desazón, la película queda anclada en el autocompadecimiento mientras, como cartas de naipes, aquellos que la rodean van dando la espalda al sentido propio del film. Todo ello busca una respuesta, es una forma de abajo los cimientos para reconstruirlo una y otra vez hasta que las piezas encajen, y aunque todos los personajes no continúan el camino con Laura hasta el final, son vitales en cierto modo para dar forma a su mensaje, uno no necesariamente complaciente, no exclusivamente dedicado a la superación y la felicidad, pero sí válido para dar un respiro a esa Laura tan elaborada y matizada, capaz de crecer de un modo casi imperceptible. El mimo de la directora por su protagonista es palpable, como su interés por los espacios pequeños en los que controlar esas emociones tan contenidas, lo que hace del relato de Todo lo que no sé una especie de carta de amor a una Laura que ya conocíamos (algunos igual la han vivido), un grito silencioso para soportar este mundo tan anodino que nos ha tocado vivir.

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