Si al abandonar la sala pensamos en películas estrictamente recientes como El padre o Vortex, quien escribe estas líneas termina creyendo que tras la pandemia el cine necesita una conciliación con la exploración de las enfermedades en la vejez, como si también atestiguara sobre su propia finitud como un medio tal y como lo conocíamos.
François Ozon parece preguntarse: ¿y si en vez de que la muerte nos alcanzara a todos, nosotros alcanzásemos a la muerte? Sería injusto encasillar la última entrega del francés en la categoría de films que abordan las imposibilidades de la tercera edad y el deseo de huir del sufrimiento de la vida.
Todo ha ido bien, que pisó la sección oficial del Festival de Cannes, procura destinar sus recursos narrativos a una relación de padres a hijas con varias cuestiones implícitas y sugeridas. Si por algo se caracterizó la pasada edición del certamen fue por la presentación de films que confiasen en la desmitificación del padre como figura simbólica y protectora. Nos puede venir a la cabeza el contundente prólogo de Titane, muy similar a una escena de Todo ha ido bien, con el padre y la hija en el coche. Y por supuesto la caída en desgracia del protagonista de Annette tras tener a su bebé, la doble vida que lleva el personaje principal de El día de la bandera y una de las viñetas de La peor persona del mundo, donde se critican de manera abierta algunas dinámicas de la paternidad.
Y Ozon tampoco se queda corto en ese sentido. Hablamos de una película sobria y ágil, que no precisa de más elementos de los que tiene. El guión consigue lo que se propone, como es evitar a toda costa la superfluidad de sus giros y el oportunismo en sus temáticas.
La historia se centra en dos hermanas de clase acomodada, con sus familiares respectivos y con estrechas vinculaciones con el mundo del arte. Emmanuèle y Pascale, escritora y música, se ven en la obligación de ingresar en el hospital a su padre, interpretado a las mil maravillas por André Dussollier, que ha padecido un accidente cerebrovascular. Su conexión paternofilial se aborda desde el matiz, con la figura de la madre, también enferma —estelar aparición de Charlotte Rampling—, orbitando fuera del núcleo familiar y contribuyendo a reforzar la sensación de amor-odio de la protagonista hacia su progenitor.
Los ‹flashbacks› de la infancia de Emmanùele se intercalan de forma audaz para dar a entender su difícil relación con la comida, y que al parecer es uno de los motivos del desapego de su padre hacia ella.
Todo ha ido bien resulta ambigua en su desarrollo, pero decidida a no precipitarse hacia el sentimentalismo vacuo. Ozon también nos brinda su punto de humor negro, pero sin terminar de imponerlo. Le concierne que el espectador no se desvincule del asunto prioritario: papá quiere morir, y mantiene una distancia prudencial respecto a cualquier desvío.
No perdurará en la memoria como un alegato en favor de la eutanasia, pero sí como una osada radiografía de dos mujeres adultas y su padre afrontando dicha circunstancia. Prefiere trascender lo que sería un relato en favor de lo moral y en contra de lo legal y poner el foco en las contradicciones de lo cotidiano; fantástica la escena de la cena en el restaurante y hermosos planos de los Alpes suizos, alegoría de la paz interior.