La tradición es uno de esos resquicios que bien podrían servir para conservar un vínculo familiar, y en Toastmaster es Eric Boadella quien pone en liza uno de esos ejercicios donde recurrir a prácticas pretéritas es la excusa necesaria para reunir a una familia de lo más particular: un presunto ex-miembro de la mafia armenia y su sobrino, un loco del .com que se dedica a recopilar historias en su web y cree haber encontrado el filón perfecto en esa faceta de Kapriel, su tío, quien parece única conexión con su ya difunto padre y esas costumbres que su madre rechaza (según palabras del propio Kapriel).
La ecuación creada cuando Alek decida visitar a Kapriel precisamente unos días antes de la boda de su madre acogerá nuevos signos cuando el muchacho aparezca en la puerta de la vivienda de su tío de la mano de su hermanastra. Hecho que, por otro lado, no distorsionará ni las intenciones de uno (registrar ese supuesto pasado en clave mafiosa) ni del otro (lograr que el último de los Nerguizian respete, comprenda y practique una de las grandes tradiciones de esa familia) en un particular encuentro que no adquirirá los tintes deseados por la más que evidente distancia entre ambos.
Boadella no parece tan interesado en profundizar en todo aquello que rodea esa relación, que parece cuasi impostada por el tiempo y distancia que separa ambos personajes, y más bien pone un cerco entorno a ese maestro del brindis que apunta en una única dirección: la de reavivar vínculos que con el paso del tiempo parecían marchitos y cuyo único nexo, el difunto padre de Alek, obviamente ya no puede mantener en pie. Para ello, nada mejor que costumbres pasadas en uno de los últimos recuerdos que Kapriel conserva de su hermano, una especie de cuerno para beber en el que Alek no tiene demasiado interés, más bien movido por esas leyendas que circundan la figura de su tío y que podrían suponer el filón perfecto para seguir creando historias para ese público que le hace no despegarse de su cámara ni un solo minuto.
La cercanía y las extrañas formas de su tío, no obstante, terminarán enderezando un rumbo que tanto su protagonista como el propio Boadella parecen perder al mismo tiempo. En ese sentido, el cineasta no sabe construir un nexo suficientemente poderoso como para que la vía trazada contenga alicientes de sobra, y desde la poca empatía que genera el personaje central hasta un relato que no sabe decantarse en ningún momento más allá de lo obvio, Toastmaster termina siendo un viaje en tierra de nadie que solo sabe recobrar sensaciones en momentos puntuales que pierden su efervescencia debido a la poca fuerza del conjunto.
Entrañar, pues, un discurso más sólido y, en especial, más sugerente, entorno a una temática que posee los visos necesarios como para poder captar la atención del espectador sin necesidad de golpes de efecto, habría sido la mejor virtud de un film que en realidad, y por suerte, no se entrega a recursos fáciles y en el fondo resulta entretenido, aunque ello sea por desgracia un mal menor en una cinta que si hubiese evocado mejor todo el contenido que parece querer abarcar sin duda alguna no necesitaría devanearse en el pastiche genérico que de vez en cuando es, aunque ello no resulte tan molesto como lo es la sensación de ver una oportunidad perdida como lo es Toastmaster.
Larga vida a la nueva carne.