A lo largo de su carrera —en especial estos últimos años— se han percibido variaciones en el cine de un Terrence Malick que cada vez se ha ido tornando más sensorial y, por ende, menos accesible. Ese cambio empezó a establecer sus límites con la que quizá es una de sus mejores obras, una La delgada línea roja donde el cineasta encontraba un perfecto equilibrio entre el poderío visual de su propuesta, el siempre interesante contenido de sus obras y el calado de unos personajes que conseguían llegar a cotas difíciles de asimilar en un género como el bélico. A partir de ahí, la mutación de un cine que ya era capaz de evocar en cintas como Días del cielo sin necesidad de recurrir a una narración de carácter más anárquico, empezó a ser un hecho.
Sin haber visto a día de hoy El árbol de la vida, se podría decir que To The Wonder es la traslación de todas sus virtudes y defectos a unos extremos que son los que precisamente confieren ese desequilibrio a una cinta que no lo es por continuar manejando estructuras narrativas poco convencionales, dilucidar de modo extraño conflictos internos mediante unas voces en ‹off› interminables o inducir al espectador a comprender entre secuencias aparentemente inconexas la naturaleza de unos personajes cuyas divagaciones nunca cesan, sino más bien por el hecho de no hallar una proporción (que no pauta, no nos confundamos) que dote de cierta simetría a todo ese discurso y no encuentre una fragmentación que se produce más en el desempeño de algunas secuencias que en los propios recursos formales del film en sí.
Malick es, en ese supuesto, honesto tanto consigo mismo como con el espectador: no se puede decir que el de Illinois haya explorado nuevas formas que no sean una consecución de todo aquello que ha ido desarrollando a lo largo de una filmografía cada vez más prolífera, pues en To The Wonder se encuentran magnificadas las características de un cine que ha ido desarrollando a lo largo de estos últimos años y que además de los recursos ya citados anteriormente incluyen lo que perfectamente podrían ser improvisaciones actorales, así como la búsqueda de un cine más poético mediante el nexo de todos los medios que están a su alcance y que prácticamente se fundamentan en el preciosismo visual de unas imágenes que han ido alcanzando cada vez una mayor belleza y el poderío de un off con más protagonismo que nunca en su cine.
Es en la asociación de esos dos recursos donde Malick encuentra una mayor amalgama de valores que establecen en la plasticidad de la fotografía de Emmanuel Lubezki (que ha acompañado al cineasta desde El nuevo mundo) y en unos movimientos de cámara que parecen sostener a los personajes flotando en un universo distinto al nuestro, logrando que esos casi esotéricos testimonios cobren sentido dentro de esa composición espacial que brinda a sus protagonistas el autor de Malas tierras, haciendo funcionar los engranajes de un cine que en ese sentido puede causar un efecto hipnótico ante el cual sea difícil diferenciar si se está ante una bella y poderosa obra o si simplemente continúa desasistiendo una trayectoria que en El nuevo mundo ya empezaba a dar señales de flaqueza.
El principal problema que queda tras un sentido tonal totalmente definido, es el hecho de contemplar secuencias que sólo parecen remitir a la vacuidad de unos personajes cuyos impulsos no se comprenden ni atendiendo a los interminables soliloquios de los que hacen gala; aquí, sin embargo, la cuestión no es llegar al discernimiento de algo tan inescrutable como pueden ser los sentimientos del ser humano, la cuestión es si en el reflejo de esos cuatro personajes se puede percibir la temática entorno a la que redundan unos discursos que en ocasiones encuentran en sus discusiones, gestos o caricias un motivo al que agarrarse, pero que la mayoría del tiempo parecen devanearse caprichosamente en pantalla, en un cotejo que se mueve entre lo ridículo y lo superfluo.
Otro de los ‹handicaps› de esta To The Wonder es una dirección de actores que no encuentra su rumbo, cosa más que curiosa si tenemos en cuenta que anteriormente hablaba acerca de lo que bien podrían ser improvisaciones actorales, pero que aquí tan pronto encuentran su significado en una escena con cuerpo, que subyuga y empuja al espectador a comprender más sobre esos personajes, como en una secuencia donde parece que los actores estén ante un posado más que otra cosa. Que, además, Ben Affleck se tope con la peor de sus versiones (hacía tiempo que no veía al actor tan mal, en especial teniendo en cuenta que ha logrado cierta mejoría tras papeles como los de Hollywoodland y The Town), y el personaje de Javier Bardem esté tan vagamente definido, no ayuda precisamente a encontrar la consistencia a un conjunto que parece tan efímero como el universo creado.
A resumidas cuentas, en To The Wonder nos encontramos ante el Malick más autocomplaciente y, por desgracia, ante un conjunto que se resquebraja y no consigue que ni sus bellísimas imágenes medien a modo de catarsis para quedar, como tantas otras veces, cautivado frente al cine de un realizador que ahora necesita más que nunca replantearse donde quiere llegar si no desea quedar estancado en un camino de no retorno.
Larga vida a la nueva carne.