Máquina, sexualidad y alienación
Titane es una experiencia tremendamente física, que sitúa el cuerpo en primera línea de combate, entiende la sexualidad como un encuentro lacerante con el otro y ubica la androginia como una tierra de nadie, en la experimentación pura. Una aproximación valiente y desacomplejada que emplea con libertad creativa los elementos del gore.
En la penúltima premiada con la Palma de Oro en Cannes, los cuerpos están tan en lucha consigo mismos como la propia película. La cinta de Julia Ducournau describe una auténtica pugna entre los rasgos genéticos y la artificialidad de la máquina, pero desde un punto de vista que todavía no sabe o no puede deslindarse del régimen heteropatriarcal. Hay, en sus ademanes violentos y en su carácter escatológico y visceral, una prolongación del dolor infligido en el cuerpo femenino que se nutre más de una tradición preinstaurada que de una renovación estilística. Dicho esto, las imágenes de Titane, aunadas a unas interpretaciones muy sentidas y exigentes, están rellenas de virtudes. Los ojos de Vincent Lindon son tragedia y tormento, los de Agathe Rousselle trauma e incomprensión. Ambos emprenden un camino hacia dos tipos distintos de cuerpos mutantes, pero que se compenetran afectivamente.
Esta propuesta imperfecta —en el sentido más positivo del término— y con multitud de claroscuros, posee un clímax intenso y ante todo un prólogo que garantiza nuestra atención, escrito desde un plano secuencia soberbio. Ducournau parangona la máquina motora con la inescrutable sexualidad femenina, en tiempos de reconsideraciones sobre la concepción de los géneros como compartimentos invariables y del cuerpo humano como mercancía al servicio de la escopofilia y el consumo. También se puede leer una crítica ácida hacia las cualidades de la hombría, entre ellas la hipertrofia, el heroísmo y la superación personal. Titane también se mueve con agilidad por los vericuetos de la crisis identitaria, entendiendo esta como un constructo social todavía amparado en los binarismos estancos. Para que nos entendamos, Titane sacude nuestro horizonte de expectativas, pero no lo hace virar del todo.
Es pura herencia de la tradición “cronenbergiana” de la Nueva carne y también de la ‹New French Extremity› (difícil no pensar en la ópera prima de Marina de Van, donde el cuerpo es una construcción que soporta el dolor, o en films capitales del movimiento como Trouble Every Day de Claire Denis, donde se construye una vuelta de tuerca poética al canibalismo), pero matizada con el rechazo literal hacia las masculinidades perversas de a pie de calle y hacia las figuras paternas que han ejercido una faceta de represión. Ducournau expone esto con fiereza, pero no lo complejiza. La película necesita más puntos ciegos que a buen seguro la directora encontrará futuramente cómo plantear.
Titane se compenetra bien con Crudo a la hora de representar la necesidad obsesiva de sentirse socialmente aceptado. Si bien no es un film radical, esconde elementos que podrían aspirar a serlo. Uno de ellos es la asfixia del vientre embarazado como clave para alcanzar una homeostasis que acalle la cólera interior. No obstante, se está reduciendo la categoría antropológica “mujer” a su función psicoanalítica natural, como es el supeditarse al nombre del padre y a la preservación de la continuidad de la raza humana. Y Titane es una película que en apariencia quiere apostar por un curso “antinatural” en el orden de las cosas. Aún así, estas dialécticas y tensiones sustentan con energía el decurso del relato. La pregunta sería: ¿hay una actitud conservadora en Titane que denuncia las nuevas corrientes que desafían el marco hegemónico o verdaderamente un reclamo para que éste se agriete de cara a la emergencia de otras lógicas genéricas?
La mirada de Ducournau no es compasiva con los pecados de sus personajes, pero nunca les pierde el respeto. Es en el vínculo entre los mismos donde halla la eclosión de los códigos del fantástico con los que lidia. Su guión es impredecible; parte de la constante determinista del “inconveniente de haber nacido” para trasladar el discurso al terreno de la desfiguración corporal, la pulsión de muerte y también la toma de poder simbólica femenina —interesantísima la secuencia del baile, muy “performática”, sensual y siniestra, encima del camión de bomberos—. Es un film autodestructivo, análogamente a sus personajes, que se aferran a lo último a lo que pueden aferrarse: ellos mismos en mutuo soporte y aceptación a pesar de las desconsideraciones de la alteridad, conocida y por conocer. Como decíamos, no es una película tan moderna como se piensa, pero acoge escenas fascinantes muy en consonancia con las dinámicas mutables del videoclip. Los temas She’s not There, Doing it to Death y Light House agregan significados y matices a la despersonalización de los protagonistas, que emplean la danza como mecanismo de autorreconocimiento, sanación, exculpación y empoderamiento.