No cabe duda que Titane, segundo largo de Julia Ducournau y flamante Palma de Oro 2021 en Cannes, es uno de esos productos que no deja indiferente. Junto a lo arriesgado de la propuesta en cuanto a lo argumental nos encontramos con un poderoso despliegue visual. Dos elementos estos que sin duda ponen a Ducournau como una de las directoras más valientes en cuanto a radicalidad y arrojo.
No obstante nos enfrentamos a un film que peca precisamente de una cierta avalancha de ideas, de conceptos que no consiguen hilvanarse de forma narrativamente sólida. Da la sensación de que Titane es un film que sobrevive a base de momentos de inspiración y a la voluntad de generar impacto con ellos. Más allá de eso se intuyen pinceladas de un cine orgánico, físico, que bebe tanto del Beau travail de Claire Denis como de una nueva carne Cronenbergiana pasada por el filtro de neón del siglo XXI. Si importante es la mutación de lo físico en lo mecánico, no lo son menos conceptos como el género fluido o la confusión (voluntaria) de identidad.
Sin embargo, donde Cronenberg aventuraba realidades futuras en forma de distopías asépticas (y por ello tan terriblemente espeluznantes) o Denis daba sentido artístico a lo físico en lo profesional, Ducournau parece más interesada en retozar en lo puramente estético. No cabe duda de que el homoerotismo que desprende todo lo relacionado con el cuerpo de bomberos o la idea de copulación y reproducción con lo mecánico está dotado de una potencia visual inusitada pero carente de sentido finalista en cuanto a subtexto o conclusión moral.
Parece evidente que estamos ante un film que refleja y se integra perfectamente en el signo de los tiempos donde lo visual se eleva como potencia definitiva de exhibición y donde los valores que se reivindican a través de ello no pasan de ser meras consignas un tanto líquidas y ambiguas pero que, gracias a su potente altavoz resuenan más fuerte que discursos, digamos, más elaborados. Titane, en cierto modo, hace de ello su vehículo narrativo, arrancando con una potencia inusitada ( y casi descontrolada) para caer posteriormente en una valle divagatorio que nunca acaba de remontar del todo.
Si la intención de la directora francesa era crear una pieza provocativa el resultado es parcialmente exitoso: no cabe duda que algunas de sus imágenes crearán polémica, otras un shock y probablemente habrá quien se indignará ante ciertas cosas, veladas o explícitas, que aparecen en pantalla. Sin embargo, por lo que nos concierne, dicha provocación nos parece un tanto impostada. Al fin y al cabo la “provocación por la provocación” no deja de ser un juego que puede resultar divertido un rato, pero también puede acabar por hastiar hasta la indiferencia. O dicho de otro modo, en su afán por incomodar, Titane puede acabar siendo realmente incómoda no tanto por lo visto sino por la nada que se intuye detrás de ello.
En definitiva, más allá de la valoración sobre la justicia o no de los premios, Titane nos parece una película que merece un visionado y una reflexión, más como su vinculación al mundo del que es hija y de cómo se retroalimenta con corrientes como el feminismo, el colectivo LGTBI o una suerte de tecnolofilia extrema. En cuanto a lo cinematográfico, aún reconociendo sus virtudes, resulta extrañamente involutiva respecto al debut en Crudo. Quizás Titane sea más depurada en imágenes, pero le falta un desarrollo más sólido, que no confunda lo críptico con lo ininteligible y que no haga del caos y del ‹brainstorming› conceptual su bandera.