Con Titane, Julia Ducournau no abandona la esencia siniestra y retorcida de su primer film Crudo, sino que recorre y explora las posibilidades y la profundidad del gore con suma madurez.
La violencia que irrumpe en el cuerpo de Alexia, personaje protagonista interpretado por Agathe Rousselle, lacera paulatina y completamente su feminidad y justo en esta desfiguración reside el componente terrorífico del largometraje. Es poderoso que una cineasta, consciente de su condición femenina, genere imágenes aterradoras en las que interviene la importancia de la carne; con ellas inicia un proceso de significación que trasciende a escenas salvajes y sanguinarias. La forma en que la putrefacción habita el cuerpo de Alexia y la convierte en un bicho tenebroso de titanio despliega la fantasía aterradora de convertirse en un monstruo y de, a veces, no poder soportarlo. La feminidad se convierte en un intruso, en un traidor, y es sorprendentemente conmovedor el momento en que este torturado personaje, esclavo de su biología, es hallado por un jefe de bomberos vigoréxico —interpretado por un maravilloso Vincent Lindon— que libra una batalla similar con su masculinidad. Ambos personajes se desviven domesticando el género y, una vez se encuentran, se establece entre ellos, de manera natural, un extraño pacto de supervivencia y en su compañía aflora un descabellado atisbo de esperanza.
Hay una escena excepcional en la que los jóvenes bomberos y Alexia —ahora Adrien— celebran una fiesta. Ella se sube a uno de los camiones y baila sensualmente mientras los mira fijamente, de la misma manera en la que la hemos visto hacerlo al principio del film. En este instante, su figura, raquítica y magullada, se torna incomprensible e inquietante para los demás, pues se aferra durante una larga secuencia a un erotismo que ha perdido por completo. El parasitismo se despliega sobre el metraje. Se concibe al género como un parásito al que hospedamos, un organismo intruso que nos devora y con el que mantenemos una relación simbiótica. Cuando esta quiebra así lo hace nuestra humanidad. Ducournau emplea esta macabra realidad para articular un terror extremadamente complejo y elaborado que dota al género de una profundidad inigualable y eficaz.
Tratar de comprender esta película desde la coherencia es verdaderamente absurdo, sobre todo porque no nos lo debe. Es un festival de oscuridad que drena emocionalmente a sus espectadores. Que haya sido premiada con la Palma de Oro es una victoria para los cuerpos que supuran violencia. Julia Ducournau es una directora valiente y prometedora que está dando grandes lecciones al cine y sus espectadores y que tiene claro el poder de la irreverencia.