Es incomprensible el grado de malditismo que ostenta esta película (muy, pero que muy poco vista y mencionada en las webs de cine escritas en español) así como su director, el gran Hideo Gosha, un cineasta moderno rompedor de moldes clásicos y gran renovador del cine japonés de samurais de los sesenta y setenta, poseedor de ese estilo barroco y violento tan del gusto de los fans de Quentin Tarantino o Sergio Leone (de hecho las pocas películas que he podido ver de este genio me han traído a la memoria los spaguetti western de Leone).
Desgraciadamente el cine de Gosha, a diferencia del de sus compañeros de generación, sigue siendo muy subterráneo en occidente, y solamente en los reducidos círculos de frikis del cine nipón se le concede el status que merece: el de maestro del cine japonés. A modo de reivindicación de Gosha basta reseñar títulos tan representativos del nuevo cine del Japón Feudal como Tenchu —rodada el mismo año que esta Tiranía (Goyokin)— , Sword of the Beast, Bandits vs Samurai Squadron, Tres Samurais fuera de la ley o Samurai Wolf.
Tiranía es cine de género ejemplar, ese cine capaz de cautivar al espectador empleando dosis de acción y entretenimiento condimentadas en la misma proporción con intimismo filosófico y drama profundo. Es un western crepuscular, o para ser más precisos, una película de samurais crepuscular que vierte una visión desmitificadora de la figura del samurai plasmando la crueldad, el salvajismo y la codicia que imperaban en la época. Visualmente es un portento de arte cinematográfico. Posee una fotografía en color sencillamente espectacular en la que el tono cromático de la misma va tornándose de más brillante a más opaco en función del estado de ánimo de los personajes y desarrollo de la historia, jugando Gosha a ser un pintor de la época impresionista.
El sol, la lluvia, la nieve así como los rústicos parajes del Japón Feudal se mezclan con total desparpajo, logrando un efecto hipnótico narcotizante en el espectador difícil de igualar por otras cintas del género. Y todo ello es rubricado para deleite de los fanáticos del cine de acción más frenético con unas espectaculares coreografías a espada y katana armada, filmadas con la precisión de un cirujano. Los actores se mueven como unos violentos Ronin bajo la lluvia, viento y nieve a lo Fred Astaire y Ginger Rogers lanzando aldabonazos a diestro y siniestro para masacrar tanto a inocentes pescadores moradores de aldeas malditas como a los despiadados samurais rivales. Y lo más impactante es que estas coreografías se integran a la perfección con la historia fatalista de venganzas y maldiciones del destino, bajo la influencia del cine de género italiano, que soporta el peso de la narración.
Dialécticamente la cinta se aleja de la reflexión filosófica japonesa para abrazar un estilo seco, conciso y directo, muy similar a películas como Django o El gran silencio de Sergio Corbucci. Con esta última comparte héroe solitario y atormentado, en nuestro caso un samurai errante perseguido por su pasado que busca el perdón de un pecado cometido en su juventud, e igualmente paisajes nevados y fríos, que ayudan a otorgar una atmósfera espectral y fantasmagórica a ambas cintas. Siendo el ambiente desesperanzador el que conquista los cimientos del film, hay que reseñar que la cinta deja poco espacio para el humor evasivo. Los personajes actúan como muertos vivientes de mirada perdida y melancólica sin esbozar (o al menos yo he sido incapaz de percibirlas) una amistosa sonrisa en sus rostros, lo cual considero un acierto de Gosha que logra de este modo mantener la concentración y atención del espectador durante las dos horas de duración del metraje. Estéticamente se siente la influencia de Gosha y en particular de Tiranía en el cine de Takashi Miike, siendo ello particularmente detectable en la película 13 asesinos de Miike que homenajea sin pudor las coreografías en condiciones climáticas adversas que plagan el metraje de Tiranía.
La sinopsis, genial mezcla de cine histórico y acción, la podemos resumir de la siguiente manera: Nos situamos en el convulso Japón Feudal de mitad del siglo XIX, época de cambios y progreso en la que la figura del tradicional samurai está iniciando un lento declive. Los barcos del Shogunato de Edo cargados de oro ( el cual sirve para financiar las castigadas arcas del Shogun) procedentes de las minas de la isla de Sado , deben navegar a través de las escarpadas islas de la región dominada por el Clan de Sabai, cuyos arrecifes y peligroso terreno marítimo provocan numerosos naufragios. El cargamento de uno de estos naufragios desapareció misteriosamente una noche, al igual que todos los habitantes de una aldea cercana, excepto la joven Oriha que casualmente regresaba aquel mismo día a casa de sus padres desde la capital, convirtiéndose la muchacha de este modo en la única superviviente de la misteriosa desaparición colectiva. Pasados tres años la acción se fija en Magobei (interpretado una vez más de forma magistral por el legendario Tatsuya Nakadai) un atormentado y solitario samurai errante que busca restablecer su honor perdido retornando a casa para encontrarse con su mujer y saldar cuentas con su antiguo clan, cuyo codicioso y astuto chambelán, Tatewaki, es su propio suegro.
Un flash back muy Sergio Leone nos informará de que Magobei fue un Ronin integrante del clan de Sabei que participó en la matanza del pueblo de pescadores, la cual fue orquestada por Tatewaki para apoderarse del oro procedente del naufragio de un barco cargado de oro, tesoro que se habían apropiado los moradores de la aldea. A pesar de su oposición visceral, Magobei no pudo evitar la carnicería, que fue ideada por el jefe Tatewaki como medio de obtener el dinero preciso para salvaguardar la subsistencia económica de su región, dado el estado de extrema miseria en la que encontraba sumergido su clan. En su viaje de retorno Magobei liquidará a unos antiguos compañeros de la estirpe de Sabai y descubrirá que su antiguo clan con Tatewaki al frente, otra vez sumido en una extrema necesidad económica, ha planificado el naufragio de un barco cargado de oro y la masacre de la aldea sita en el lugar del naufragio, tal como sucedió tres años atrás. Magobei se conjurará para impedir este acto, sirviendo esto como medio para expiar sus pecados pretéritos. En su camino se topará con la joven Oriha, que se gana la vida haciendo trampas en timbas de juego, y un misterioso samurai, que descubriremos que es un espía enviado por el Shogunato debido a las sospechas que existen en Edo respecto a las artimañas empleadas por Tatekawi en el gobierno de la región.
La película mezcla con habilidad y maestría intensidad con introspección. La trama no decae en ningún momento siempre avanzando hacia delante aportando información sutil y precisa en cada secuencia. Especialmente acertado es el empleo del flash back y de pequeñas elipsis que ayudan a que la trama avance sin pausa. Igualmente perturbadora es la ausencia de personajes malvados, ya que Gosha dibuja el personaje de Tatekawi (el villano de la cinta) con unos trazos muy humanos: es un personaje con remordimientos y conocedor del salvajismo de sus actos, los cuales son llevados a cabo en nombre de la necesidad económica y bienestar de los ciudadanos que dependen de él. Este hecho puede provocar cierto malestar en el espectador, al carecer la cinta de un personaje claramente perverso, así como de auténticos héroes con los que poder identificarse, ya que Magobei representa la personalidad del individuo pasivo que si bien se opone radicalmente a participar en un acto aberrante como es la ejecución de una matanza colectiva, tampoco hace nada por evitarla.
Tiranía no es meramente una cinta de acción. Es mucho más. El film encierra una compleja metáfora sobre la condición humana y las crueles e inhumanas decisiones colectivas que son tomadas en aras del bien común. Los intérpretes dotan a sus personajes de un halo de inexpresividad que hiela la sangre. A resaltar la portentosa interpretación de Tatsuya Nakadai (una más a sumar a las de Hara Kiri, Sanjuro, trilogía de La condición humana, El rostro ajeno, Kiru, Samurai Rebellion, La espada del mal, etc etc) que sabe otorgar a su personaje de la necesaria actividad física así como de una desconsoladora tortura interior en contra de su propio ser.
Sin lugar a dudas Tiranía es una de las películas cumbres de la historia del cine de samurais. Gosha lleva a cabo un ejercicio de estilo trasladando al Japón del siglo XIX el estilo crepuscular del western americano unido al desmitificador y feroz del spaguetti western, ensamblando dichos estilos con la propia idiosincracia del cine del país del Sol Naciente. Gosha plasma el final de una época destruyendo la mítica otorgada por los grandes maestros del cine clásico japonés a la vez que lanzando una mirada descreída hacia la figura del samurai y las formas de relación que imperaban en el Japón Feudal, legando para la historia una cinta épica, preciosista, esteta, poética y primorosa como ninguna.
Todo modo de amor al cine.